David, Nike, Victoria, Ideal, América, Abadal, Castro, Hormiguer, Ultramóvil… fueron marcas españolas de coches. Hoy no queda ninguna. Han ido desapareciendo y diluyendo el sueño de competir con firmas propias en los mercados internacionales. Nacieron a comienzos del siglo XX, en una época en la que las máquinas de vapor empezaban a mostrar síntomas de agotamiento mientras surgían los motores de combustión. La primera perforación de un pozo de petróleo en 1859 terminó de sentar las bases para que en toda Europa comenzara una actividad febril encaminada a producir pequeños artefactos motorizados. De los pequeños talleres metalúrgicos españoles empezaron a surgir series limitadas de automóviles que con frecuencia no pasaron de unas cuantas unidades. Eran proyectos artesanales, generalmente encaminados a satisfacer el ego personal. “Estaban más enfocadas a la consecución del artefacto en sí que al éxito empresarial”, explica Salvador Estapé, director general de Patrimonio de la Generalitat de Cataluña. La falta de un tejido industrial favorable, la escasez de materias primas y políticas fiscales poco favorables lastraron el desarrollo del sector.
Emilio de la Cuadra, militar con vocación de ingeniero y ambición empresarial, fue una de las pocas excepciones en este panorama bisoño. En 1899, tras fracasar apostando por la tracción eléctrica, construyó fiables automóviles con motores de combustión que, sin embargo, no fueron capaces de superar la difícil situación económica en la que se hallaba inmerso. Tampoco Elizalde, una marca fundada en 1908 que alcanzó cierto prestigio, fue capaz de diseñar un plan estratégico y de inversiones eficaz que paliara la falta de suministros internacionales.
Faltó visión empresarial, tejido industrial y una fiscalidad favorable para que nuestro país triunfara
La Primera Guerra Mundial no mejoró las cosas. “Aunque estuviéramos a años luz de una economía globalizada, la interdependencia de los países era creciente. El petróleo estaba sometido a restricciones; no había producción de bienes civiles en las naciones contendientes y todo el esfuerzo se destinaba al conflicto. La industria nacional de la automoción se encontró de repente con escasez de neumáticos, baterías y dínamos ”, explica Pablo Gimeno, autor de El automóvil en España. Su historia y sus marcas. Sin embargo, el parón en la producción de coches en el exterior impulsó la aparición de decenas de marcas.
La General Motors española
“En 1918”, añade Salvador Estapé, “el mapa metalúrgico español, y sobre todo el catalán, experimentó un cambio profundo respecto al de 1913”. La política arancelaria de los países de nuestro entorno en la década de los veinte y un sistema tributario español poco favorecedor lastraron el despegue. Asociarse para competir fue la propuesta fallida que Elizalde hizo en los años veinte a otros fabricantes. Los intentos proteccionistas de Primo de Rivera, basados en favorecer la industria nacional penalizando las importaciones y aconsejando a las instituciones la adquisición de coches españoles, llegaron demasiado tarde. Para entonces, Ford y Fiat ya habían montado sus plantas de ensamblaje en España…
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