Ceguera, parálisis cerebral, parálisis motora… Daños hoy incurables empiezan a ver un destello de luz gracias a la robótica

Hoy, un niño que nunca pudo caminar puede ponerse en pie gracias a un exoesqueleto y una mujer puede ver un destello de luz tras años de ceguera. Son solo dos ejemplos. Ellos son los pacientes 0 de un desarrollo tecnológico prometedor para enfermedades que no tienen cura.

En esta edición de Ros Film Festival hay una sección dedicada a los robots reales, entre ellos, los destinados a mejorar la vida de personas con problemas de salud inabordables desde la medicina. Son los robots al servicio de la salud humana.

Recuperar un destello de luz tras 16 años de ceguera

Unos días atrás, Bernadeta Gómez, de 56 años, salía en los medios de comunicación con unas gafas conectadas a un implante en su cerebro. Ese implante estimulaba el área cerebral que se ocupa de la visión. Con entrenamiento, la neuroestimulación le permitió ver luces, colores, incluso alguna letra después de 16 años ciega, sumida en la absoluta oscuridad.

Volver a ver, aunque solo sea un destello, cuando el mundo es una sucesión de tinieblas, es algo enormemente valioso. Bernardeta fue la única voluntaria del primer experimento de un chip para recuperar la visión basado en neuroestimulación. El implante fue desarrollado por el Grupo de Neuroingeniería Biomédica del Instituto de Bioingeniería de la  Universidad Miguel Hernández.

Bernardeta, robots para la salud

Bernardeta Gómez era profesora de Biología en un instituto de Valencia cuando, hace 16 años, una septicemia la dejó ciega. Ahora, con 57 años, un implante dentro del cerebro le ha permitido percibir patrones y reconocer algunas letras del alfabeto. Incluso ha podido jugar a una versión sencilla del comecocos. Fotografía: UMH

 

Las gafas conectadas al implante cerebral podrían dar la talla como lo que la humanidad pensaba que iba a ser el futuro de la robótica y los ciborg hace un siglo, sin embargo, en la fotografía, Bernardeta aparece con una bata de hospital de las de toda la vida. El futuro, en esto, no tiene pinta de futuro.

José María Sabater, investigador del Grupo de Neuroingeniería Biomédica del Instituto de Bioingeniería de la UMH, el grupo que desarrolló el implante de Berardeta, participa en una de las jornadas de Ros Film Festival, el 18 de noviembre en Las Cigarreras, Alicante. 

El grupo al que pertenece, está dirigido por el investigador Eduardo Fernández, que es médico, y participan dos ingenieros, Nicolás López García y José María Sabater.  “Nos dedicamos a aportar tecnología a problemas que nos vienen del área de salud (navegadores que asisten a los cirujanos durante las intervenciones, apps que pueden predecir las crisis de personas con autismo, etc.) Hemos desarrollado tecnología para diferentes patologías”, explica Sabater. ¿Por ejemplo?

“Por ejemplo robots de efecto final que sirven para rehabilitación de personas que han sufrido un ictus”

La “mano alien de una mujer pianista”

“Hemos trabajado con robots que pueden usarse en el primer momento tras sufrir el ictus. Lo que se ha visto en estudios clínicos es que cuanto antes empiece la rehabilitación, mejor. Es un momento muy difícil, la persona está aún muy espástica (movimientos «espasmódicos» incontrolables). Es súper importante la implicación del paciente en esto. A día de hoy no tenemos evidencia clínica de que la rehabilitación con el robot sea mejor que un fisioterapeuta te mueva el brazo. Pero de lo que sí hay evidencia es de que la tasa de abandono con la terapia manual es mucho más alta que con el robot».

Los robots rehabilitadores se diseñan a medida de los pacientes. «Adaptamos el robot a los gustos del paciente. Tuvimos un caso de una señora que tenía a mano alien, que no controlaba, incluso se auto lesionaba. Había sido profesora de música. Así que diseñamos un robot de rehabilitación que le permitía ponerse delante de unas teclas de piano en el ordenador y tocarlas. Su motivación y su concentración en ese momento era máxima, volvía a recuperar el control de su brazo”.

Estos desarrollos llegan al hospital, no se quedan solo en el laboratorio (aunque a día de hoy el proceso de transferencia en España sigue siendo un maratón agotador).

“En la actualidad  tenemos muchos de estos robots en hospitales y se pueden utilizar bajo la responsabilidad del equipo clínico del hospital. Los desarrollos pasan por el Comité de Ética, pero solo pueden utilizar como prueba experimental durante los años que fijemos, pero no deja de ser un uso experimental y de prueba. Es decir, cuando finalice esos años de prueba, el robot tendrá que dejar de utilizarse”, explica Sabater.

«Que todos los niños y niñas del mundo puedan caminar»

La frase anterior, «que todos los niños del mundo puedan caminar», es de Elena García Armada, la ingeniera que ha logrado desarrollar un exoesqueleto pediátrico. El exoesqueleto pediátrico de Marsi Bionic es el mejor ejemplo de la lucha de un centro de investigación por conseguir comercializar su desarrollo.

ATLAS es un exoesqueleto para niños que no pueden caminar, y puede ser útil para la rehabilitación de 120.000 niños en nuestro país, 17 millones en el mundo, afectados por distintos trastornos que les impiden la movilidad.

Parálisis cerebral, atrofia muscular, daños neurológicos crónicos que convierten en un imposible ponerse en pie, dar un solo paso… ATLAS sirve para la rehabilitación del 90% de las enfermedades neurológicas en la infancia que afectan a la movilidad.

“El exoesqueleto va más allá de una silla de ruedas, es una cuestión vital para ellos, de salud pública. Y está demostrado que funciona”, explica su desarrolladora, Elena García Armada.

En Ros Film Festival se proyectará el cortometraje sobre Atlas, el exoesqueleto pediátrico, dentro de la categoría Robots Reales. Merece la pena conocerlo.

«El Exo es una ventana al futuro», dice en el vídeo la madre de Álvaro. Para muchas niñas y niños, lo es.

Y, ¿qué ha sido de Bernardeta, la mujer que ha podido ver destellos de luz tras 16 años de ceguera?  “Bueno, hemos tenido que quitarle el implante. Es solo un implante experimental. No podemos mantenerlo más tiempo. No sabemos qué efectos podría tener a largo plazo”, me dice José María Sabater. El investigador sabe que sus desarrollos son a día de hoy el comienzo de una tecnología que en solo una década ofrecerá grandes esperanzas. En diez años, volveremos a encontrarnos.