Somos diferentes en la estatura, las manos, la mandíbula, los pechos y la voz. Todos son caracteres sexuales secundarios (los primarios son los genitales) que sirven para atraer al sexo opuesto y conseguir nuestro objetivo evolutivo: reproducirnos. En los humanos, el bipedismo hizo que los genitales permanecieran ocultos. Además, las personas no tienen estro, es decir, un período concreto de fertilidad que los demás puedan reconocer. Así que la selección sexual tuvo que buscarse otras triquiñuelas, como la redondez de las nalgas femeninas. En todas las especies existe este tipo de señales que sirven para buscar pareja. En el caso del pavo real, se demostró que los machos que poseían más “ojos” en su esplendorosa cola tenían más éxito. Darwin lo contó así: “Las aves del paraíso y algunas otras se congregan y los machos despliegan sus magníficos plumajes y realizan extraños movimientos ante las hembras, que, colocadas como espectadoras, eligen al compañero más atractivo.”

Redacción QUO