En España, la mayoría de edad oficial pasó hace 41 años de los 21 a los 18 años, con el Gobierno de Adolfo Suárez. Pero no deja de ser una anécdota. ¿Qué hace realmente adultos a los seres humanos? ¿Hay una edad predefinida o son las circunstancias vitales las que aportan madurez? La ciencia ha respondido a estos interrogantes y, al parecer, un adulto necesita alcanzar los 30 años para considerarse como tal. No obstante, con la madurez ocurre igual que con las muelas del juicio, los cambios de la adolescencia, la pérdida de la virginidad o el primer amor. El momento varía extraordinariamente de unos individuos a otros.
El motivo por el que científicos de la Universidad de Cambridge han marcado los 30 como punto de inflexión en nuestra entrada a la edad adulta se debe a los cambios que van teniendo en nuestra adolescencia y en el inicio de los veinte, sobre todo en el cerebro. Las neuronas son un claro ejemplo. Continúan su desarrollo y conexión hasta alcanzar un mayor refinamiento iniciada la treintena. Son cambios que modifican nuestro comportamiento y también nuestra propensión a desarrollar algunas afecciones, como la esquizofrenia, cuya edad de mayor riesgo va desde la adolescencia hasta los 20 años en hombres y desde los 20 hasta los 30 en mujeres.
A partir de estas hipótesis, la única certeza para los investigadores es que sería absurdo fijar de un modo exacto ese paso de la niñez a la edad adulta. Como indica Peter Jones, profesor de Neurociencia de la Universidad de Cambridge, “hablamos de una transición con muchos matices que ocurren a lo largo de tres décadas”.
El término adolescencia fue descrito por primera vez en un artículo de 1904 publicado por el psicólogo G. Stanley Hall y la exponía como “la fase de la vida que se extiende entre la infancia y la edad adulta”, una etapa en la que el cuerpo y el cerebro se van desarrollando. Hoy sería un punto de vista muy antiguo. «No hay una infancia y luego una edad adulta -concluye Jones- La gente está en un camino, en una trayectoria”.
Marian Benito