El neurocientífico Elkhonon Goldberg lo llama la paradoja de la sabiduría, que permite al cerebro esquivar, al menos en parte, el deterioro físico y psíquico que acompaña a la longevidad. Aunque hay factores imprevisibles, el tipo de vida saludable que lleve una persona, sus actividades y actitudes en el plano físico, mental, psicológico y espiritual van a ser determinantes en el funcionamiento de la memoria, la concentración y otras funciones del cerebro en edades más avanzadas, según este científico de origen ruso y judío.
Una buena reserva cognitiva
Sus propuestas acaban de ser ratificadas por una investigación del Institut de Neurociències de la Universitat de Barcelona y de la Universidad de Mainz, en Alemania, que dice que para conseguir una vejez con una mente afortunada hay que llegar a ella con una buena reserva cognitiva que compense la inevitable merma de nuestras facultades. Esta provisión de sabiduría aporta unos patrones que el cerebro reconoce en la resolución de problemas cotidianos gracias a la experiencia y capacidad de relacionar situaciones presentes con otras semejantes del pasado. El estudio, publicado en The Journal of Neuroscience, ha identificado mayores espesores corticales en el lóbulo frontal en las personas de edad avanzada con altos niveles de educación (quince o más años de escolarización).
Los científicos utilizaron técnicas de neuroimagen para analizar a 122 personas cognitivamente sanas (87 mujeres y 35 hombres), con una edad media de 68,2 años. Observaron, mediante resonancia magnética, las áreas del cerebro cuyo espesor cortical difería entre personas de edad avanzada que presentaban altos niveles de educación y personas que habían recibido menos años de educación formal. El primer grupo se caracterizaba por presentar mayores espesores corticales en el lóbulo frontal, concretamente en las regiones prefrontales del cingulado anterior y la corteza orbital.
En una segunda fase se investigó si estas regiones se distinguían molecularmente por un perfil de expresión genética distinto al del resto de áreas del cerebro. Vieron que, en comparación con el resto de regiones de la corteza cerebral, las áreas donde las personas con altos niveles de educación presentaban más grosor cortical están caracterizadas por una sobreexpresión de familias de genes implicados en la transmisión sináptica (y, por tanto, en mecanismos de plasticidad cerebral) y de familias de genes involucrados en las respuestas inmunológicas.
Los datos son relevantes porque confirman estudios anteriores que habían sugerido que la educación, en cuanto actividad cognitivamente estimulante, modula los mecanismos de plasticidad cerebral.
Otros hábitos saludables
Cinta Valls Pedret, del Instituto de Salud Carlos III de Madrid y una de sus autoras, ya colaboró en un trabajo anterior que analizó cómo los cambios nutricionales y de comportamiento pueden retrasar la progresión de la enfermedad. Su estudio se centró en explorar el papel de las nueces en el mantenimiento de la salud cognitiva y retiniana gracias a sus componentes bioactivos, como los ácidos grasos n-3 y los polifenoles, en hombres y mujeres mayores de vida libre y sin demencia. Los resultados, publicados en Frontiers in Aging Neuroscience, proporcionaron evidencia del alto nivel de beneficio del consumo regular de nueces al retrasar el inicio del deterioro cognitivo.
El mensaje de estas investigaciones es muy optimista si tenemos en cuenta que una de las consecuencias indeseables del envejecimiento de la población es el creciente número de ancianos con riesgo de trastornos neurodegenerativos. Algunas de nuestras capacidades se conservan intactas con la edad y las podemos utilizar para frenar el envejecimiento ejercitándolas. Y en el caso del conocimiento adquirido, brinda algunas fórmulas magistrales para que el cerebro funcione aprovechando todo lo que ha aprendido con los años. No lo hará ni mejor ni peor que antes, pero sí distinto.
Marian Benito