Yendo hacia el trabajo (en tren, lógicamente) cruzo kilómetros de campo donde cientos de vacas pastan sin pausa. Pero en lugar de la imagen bucólica solo veo contaminación. Una vaca emite al año 150 kg de metano. El 95% a través de sus eructos. Esto se debe a la fermentación de la materia orgánica que se produce en sus cuatro estómagos. De acuerdo con un reciente censo de la UE, España cuenta con unos 7 millones de cabezas de ganado vacuno (sí, unos 105 millones de kilos de metano en forma de eructos). Y esto es el 8% de las vacas que hay en Europa. Debido a que es imposible (por ahora) ordeñar a delfines y ballenas para abastecer a la población mundial, el dilema de la vaca no tiene solución. Pero es interesante saber cuánto contribuyen nuestro apetito carnívoro y nuestra sed láctea al calentamiento global. La Base de Datos para la Investigación de la Atmósfera Global de Emisiones asegura que un 12,5% de los gases que afectan al clima son causados por los productos agrícolas. Aunque esta cifra parece altísima hay un matiz que acostumbra a ser ignorado cuando se habla de emisiones de CO2: ese 12,5% corresponde a los gases emitidos con la intervención directa o indirecta del hombre. ¿Hay otra fuente de emisión de CO2? Pues sí, la naturaleza. De hecho la Madre Tierra genera el 95% de los gases de efecto invernadero según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. El otro 5% se divide así: industria (16,8%), extracción y procesamiento de combustibles fósiles (11%), transporte de combustibles (14%), estaciones generadoras (21%), tratamiento de residuos (3,4%), uso de la tierra y quema de biomasa (10%), residencias, comercios y otras fuentes (10,3%). El resto son eructos, de nuestras inofensivas amigas: las rumiantes.
Redacción QUO