El 15 de agosto hace 43 años que comenzó el alocado festival de Woodstock, en una granja cerca de Nueva York. No hace falta recordar tópicos acerca de los «tres días de música y paz» en el que participaron «bestias» del tipo de Jimi Hendrix, The Who, Joe Cocker, Joni Mitchell y decenas de grupos más ante un embarrado público.
Pero sí es un buen pretexto para compararlo con la reedición asquerosamente comercial que se realizó en 1994. ¿Para qué? Para aprender de la evolución de la tecnología de los conciertos. Fíjate en lo que tiene bajo sus pies y en el borde del escenario Joe Cocker:
[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=fK3gO4DICm8[/youtube]
No hay nada, ya lo sabemos. Era trampa. Si el concierto fuera hoy verías bafles por el suelo. Mira ahora este vídeo de Woodstock en 1994:
[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=sm_k3oQsIrA[/youtube]
Ya lo has visto, hay unos bafles delante del micrófono mirando hacia él. Y así ocurre con todos los demás músicos, cada uno el suyo o los suyos. ¿Y por qué? Pues, aunque parezca mentira, en un despliegue tal de vatios los músicos no se oyen a sí mismos tocar ni cantar. O se oyen poco y, desde luego, no oyen nada de lo que tocan los demás músicos, que pueden estar a 20 metros.
¿Y el público sí? Sí, porque los bafles (PA, se llama el conjunto de altavoces) mira hacia ellos, y además reciben el sonido mezclado. Pero detrás de ellos, que es donde está el escenario, no se oye casi nada, ni mucho menos con nitidez. Por eso, a mediados de los 70 se empezaron a usar los llamados monitores, que son bafles en el suelo que miran hacia el escenario; cada músico tiene el suyo y pide a la mesa que le envíe los instrumentos que elija.
Ahora ya sabes por qué los Beatles decidieron dejar de tocar en directo…
[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=F-8Kd965Oao[/youtube]
Redacción QUO