Entre las luciérnagas hay especies cuyas hembras están dotadas alas y revolotean con ellas en busca de príncipes azules. En otras, ellas sólo tienen patas y pueden, como mucho, trepar a alguna rama y lanzar desde allí brillantes destellos para atraer potenciales parejas.
Ahora, un grupo internacional de investigadores ha descubierto que el tener o no tener alas provoca distintos comportamientos en sus machos respectivos. Los de las hembras aladas acostumbran a obsequiarlas durante el apareamiento con un curioso regalo nupcial: una porción extra de esperma envuelto en una sustancia altamente proteínica, llamado espermatóforo. Sin embargo, los consortes de las hembras de tierra se limitan a fecundarlas sin ningún tipo de cortesías.
Según Adam South, de la Universidad Tufts de Medford (EEUU), y sus colegas, ambos comportamientos responden a un intento de optimizar los recursos que se invierten para conseguir una descendencia lo más abundante posible. La mayoría de las luciérnagas dejan de comer en la etapa adulta. Por tanto, las ancladas en tierra dedican toda su energía a producir huevos. El padre no necesita realizar más inversión que sus espermatozoides. Sin embargo, las aladas también gastan recursos en su vuelo. El intento de compensar esa pérdida es el que lleva a sus fecundadores a aportarles una bomba adicional de proteínas.
El estudio, publicado en la revista Evolution, muestra además que las primeras especies de luciérnagas que aparecieron en la tierra pertenecían a la modalidad de hembras aladas que recibían dote. Cuando evolucionaron especies “sedentarias”, empezó a perderse en ellas el regalo nupcial.
Pilar Gil Villar