Todo ocurrió el 8 de noviembre de 1895 en el laboratorio del físico alemán Wilhelm Conrad Röntgen, quién, bajo el frío invernal de Wurzburgo, descubrió los Rayos X mientras experimentaba con corrientes eléctricas en un tubo de rayos catódicos.
Mientras experimentaba con el tubo de Crookes y la bobina de Ruhmkorff pensando en cómo evitar la fluorescencia violeta que producían las corrientes de electrones en las paredes de vidrio del tubo y tras conectar por última vez su equipo, se percató de que uno de los tubos respondía a los estímulos lumínicos. Repitió una y otra vez el experimento, para acabar concluyendo que que los rayos creaban una radiación penetrante, llegando a atravesar materiales similares al plomo, pero de forma completamente invisible.
Tras semanas de investigación sobre su particular hallazgo, pensó en realizar fotografías al trabajo que había realizado cuando se percató de un pequeño detalle: las placas fotográficas de su caja se habían velado. Trabajó durante un año intentando comprobar la acción de los rayos catódicos sobre la emulsión fotográfica, los cuales originaban imágenes borrosas.
Algo después de cumplirse el año de este descubrimiento, el 22 de diciembre de 1896, W. Conrad se decide a realizar su primera prueba en humanos, para lo que pide la colaboración de su esposa Berta, a quien le indicó que mantuviera la mano en la placa durante 15 minutos. En ese momento ambos pudieron ver una de las imágenes más famosas de la Historia de la Ciencia: la huesuda mano de Berta, la mujer de Wilhelm Conrad. Nacía una nueva rama de la medicina: la Radiología.
El nombre de «rayos incógnita» o «rayos x» se debe al desconocimiento sobre la naturaleza de estos rayos. Con el paso de los años se ha querido seguir manteniendo.
Estos rayos originan impresiones fotográficas y son conocidos por su uso en medicina. Gracias a este descubrimiento se le concedió el primer Premio Nobel de Física en 1901.
Redacción QUO