Existe constancia de su existencia desde hace treinta siglos, cuando el sabio indio Manú decía: “Los impuestos deben contemplar todos los ingresos, porque no es justo que el ciudadano que gana cien rupias pague el 10% y que abone también eso quien gana mil”.
Lo primero en gravarse fue la tierra, y de ahí el afán recaudador del Estado se disparó. En Austria, José II llegó a cobrar por el uso de coloretes para las mejillas al comprobar que cada mujer gastaba cien florines al año en “estucarse el rostro”.
Redacción QUO