Hipócrates ya describió sus síntomas en el 412 a. C., y desde entonces nos ha traído de cabeza; entre otras cosas, porque el virus muta de vez en cuando y sus efectos son impredecibles. Por eso provocó tanta alarma la gripe A. Al final fue menos peligrosa que la de la temporada anterior, lo que dio argumentos a los que veían detrás una conspiración de la industria farmacéutica. Las especulaciones sobre la efectividad y seguridad de las vacunas se han prodigado.
Lo cierto es que estado de terror que se generó ha hecho bajar en picado el porcentaje de población que se vacuna: del 67 al 56% en un año. Según José Ramón de Juanes, jefe de Medicina Preventiva del Hospital 12 de Octubre de Madrid, es previsible un descenso mayor este año porque “no hay percepción de riesgo”. Y sin embargo, existe, a pesar de que el virus no haya mutado. Cada año se registran unas 3.000 muertes por gripe, el 90% de ellas entre personas mayores de 65 años.
La vacuna reduce entre un 70 y un 90% los casos de gripe. Cada año, de los tres tipos de virus que existen, A, B y C, se utilizan los dos primeros para elaborar la vacuna. Los virus del tipo A son los patógenos más agresivos y los principales causantes de las epidemias. Los del tipo B son menos frecuentes que los anteriores y su tasa de mutación es entre dos y tres veces más baja que los del tipo A.
Redacción QUO