En 2012, científicos de la NASA alertaron de que una gran tormenta solar se dirigía hacia la Tierra y que podría impactar con nuestro planeta en 2014. Al parecer nos salvamos por los pelos, ya que por fortuna se alejó de forma inesperada de nuestro campo magnético en el último momento.
Las erupciones solares son violentas explosiones que se producen en la fotósfera del Sol. Su energía, para que os hagáis una idea, es equivalente a decenas de millones de bombas de hidrógeno de gran potencia. Calientan plasma y aceleran consigo a electrones, iones y protones llevándoles a velocidades similares a las de la luz. El gran problema es que producen radiación electromagnética que puede llegar a afectarnos seriamente si entran en contacto con nuestro planeta.
De dirigirse hacia la Tierra, lo hacen en tres fases, aunque no todas tienen que ocurrir en una tormenta solar. Primero aparecen las erupciones solares, momento en el que los rayos X y la luz ultravioleta ioniza la capa superior de nuestra atmósfera llegando a poder interrumpir e interferir en las comunicaciones por radio. Una segunda fase sería la aparición de tormentas de radiación, bastante peligrosa para nuestros astronautas. Por último, se produciría una eyección de masa coronal, la que trae un montón de partículas cargadas que pueden alcanzar nuestra atmósfera. El problema es, que si este punto se produce, las partículas solares pueden llegar a interactuar con el campo magnético de nuestro planeta, lo que provocaría grandes fluctuaciones electromagnéticas.
Por fortuna, y por causas que aún se desconocen, la tormenta de 2014 no tuvo las repercusiones de la de 1859, la mayor tormenta solar registrada hasta el momento. Ahora, los científicos examinan por qué ésta se alejó de forma inesperada de nuestro campo magnético, con el fin de predecir los comportamientos de futuras tormentas solares en un futuro.
Fuente:
Redacción QUO