Pudiera ser que cuando muramos algo nuestro siga viviendo, aunque solo fuera por un período limitado de tiempo. Y ese algo serían los genes. Así se deduce de una investigación realizada en la Universidad de Washington, y cuyos resultados se han publicado en la revista New Scientist.
Los investigadores compararon los niveles de mRNA (el ácido ribonucleico que transfiere el código genético) en ejemplares de pez cebra y ratones, antes y después de morir. Y observaron que seguía existiendo una notable actividad genética, aunque esta acababa cesando por completo a los dos días de producirse el fallecimiento. Los autores del estudio piensan que en los seres humanos puede suceder algo similar.
Pero, ¿cuál es la causa? No se sabe con certeza, aunque la principal hipótesis es que esa actividad sean los últimos coletazos de los genes involucrados en la reparación del organismo después de sufrir una herida severa. De cualquier forma, el hallazgo es muy importante. Porque, aunque no va a servir para resucitarnos una vez muertos, si abre interesantes vías de estudio para el campo del trasplante de órganos.
Vicente Fernández López