El asesinato de la profesora Laura Luelmo ha conmocionado a toda la sociedad española. Y ha llamado especialmente la atención de que el asesino confeso de la mujer, Bernardo Montoya, ya había sido condenado anteriormente por el asesinato de una anciana, y que su hermano gemelo estuviese cumpliendo condena por el asesinato de otra mujer.

En Quo nos hemos puesto en contacto con la investigadora Noèlia Fernández-Castillo, del departamento de Genética, Microbiología y Estadísticas, de la Universidad de Barcelona, para que nos explique si existe un componente genético que pueda hacer que una persona se vuelva extremadamente violenta. Esta investigadora tomó parte en un estudio cuyos resultados se publicaron el pasado mes de julio, en el que se identificaron (en ratones y en humanos) hasta 40 genes que de una forma u otra (ya sea por mutaciones, variaciones…), están relacionados con la agresividad.

Antes de seguir, hay que dejar bien claro que respecto al caso concreto del asesinato de Laura Luelmo, la investigadora nos dijo que el factor fundamental que hay que considerar es el cultural, concretamente el machismo: «No es casual que estas tres personas asesinadas sean mujeres. Vivir en una sociedad machista, educados en la desigualdad y donde la violencia de género está presente de forma habitual, es un factor ambiental con mucho peso en el comportamiento agresivo y la violencia hacia las mujeres».

Retomando ahora su investigación (y que, insistimos, hay que desvincular totalmente del terrible crimen de Huelva), nos explicó que: “Hemos identificado solo cuarenta genes, pero seguramente serán cientos”, nos dijo. En esencia, el estudio revela que: “Es probable que algunos genes funcionen como nodos centrales de redes génicas de predisposición al comportamiento violento. Y si alguno de estos genes centrales está alterado, podría afectar al resto de genes y contribuir en mayor medida al comportamiento agresivo”, explicó la investigadora.

El hallazgo confirma que hay un componente genético que puede aumentar el riesgo de que algunas personas sean más violentas que otras. Pero, ¿puede esa herencia genética convertir a alguien en un asesino? Tal y como nos aclaró Noèlia Fernández: “No supone ningún tipo de determinismo. El hecho de que una persona sea violenta y agresiva es una suma de factores genéticos y ambientales. Y, cuantificando el peso de cada uno, se podría decir que el porcentaje aproximado es de 50-50”.

Eso implica que algunas personas pueden tener esa predisposición genética a la agresividad, pero si se crían y viven en ambientes donde la violencia no sea una realidad cotidiana, no tienen por qué mostrar comportamientos antisociales. Y al revés. “Una persona puede no tener dicha predisposición genética, y por diversos motivos, como sufrir abusos o maltratos, acabar siendo muy agresiva”, nos cuenta Noèlia.

Pero, volviendo a su investigación (y que hay que desvincular totalmente del terrible asesinato de Huelva que, como ya hemos dicho, tiene un claro componente machista), ¿cuáles serían esos genes relacionados con la agresividad? “El que se ha hecho más mediático y del que más se ha hablado es uno llamado MAOA, y al que algunos han bautizado con el sobrenombre de gen guerrero”, nos explica.

Un gen que, además, está involucrado en una historia tan atroz como sorprendente. En 1993, el investigador H.G. Brunner, estudió el extraño caso de una familia holandesa, cuyos miembros varones (un total de catorce individuos), habían cometido actos violentos muy extremos. Presentaban retraso mental y comportamiento anormal que incluía agresividad impulsiva, piromanía o intentos de violación. Mientras que ese tipo de comportamiento o retraso mental no se observaba en los miembros femeninos de la familia.

El estudio sirvió para descubrir que los varones portaban una mutación del gen MAOA, que no estaba presente en sus parientes femeninas. Esto se debe a que las mujeres tienen dos cromosomas X, por lo que si esta alteración se aloja en uno de ellos, es muy probable que se compense con el gen del cromosoma gemelo. Sin embargo, los varones tienen únicamente un cromosoma X, por lo que esta mutación no puede ser subsanada.

Pero tal y cómo nos aclara Noèlia Fernández: “Este es un caso muy raro y extremo”. De hecho, esa mutación (conocida ahora como síndrome de Brunner), solo se ha detectado en otras dos familias. “Lo habitual es que el peso genético en el comportamiento agresivo venga determinado por unas variaciones que pueden estar presentes hasta en un 40% de la población, pero que suponen un nivel de riesgo bajo, y que no implican ningún tipo de determinismo”.

Pese a ello el llamado “gen guerrero”ya ha sido presentado como prueba en algunos juicios por asesinato. Tal y como nos contó la especialista, en Tennessee en el año 2009, la defensa de un reo acusado de asesinato en primer grado llamado Bradley Waldroup (en la foto inferior), presentó un alegato para conseguir que el defendido no fuera condenado a la pena de muerte. Se alegó que el comportamiento violento del acusado era fruto de la combinación de dicho gen y un historial de abusos sufridos en la infancia. La estrategia funcionó, y finalmente fue sentenciado a 32 años de prisión.

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Seguramente, en el futuro veremos más casos como éste en los tribunales, pero: “Hay que ser cuidadosos con este tema. Es muy complejo y delicado, y presentar a un gen como posible prueba exculpatoria en casos de asesinato o violación, donde los factores culturales como el machismo pueden ser mucho más importantes, me parece peligroso”, nos dijo Noèlia Fernández.

Pero, si efectivamente la genética tiene un determinado peso en el riesgo de desarrollar comportamientos violentos, se plantea entonces otra cuestión apasionante: ¿Puede llegar a existir una cura o tratamiento para la agresividad o la violencia? “Ese es el objetivo, sin duda”, afirmó la investigadora. “Por ejemplo, uno de los genes que hemos identificado, llamado RBFOX1, regula la expresión de quince de estos cuarenta genes implicados en la agresividad. Si se le toma como diana, y se lograra modular su funcionamiento, podría ser que ayude a reducir el comportamiento agresivo y las actitudes violentas».

Es posible, por tanto, que en un futuro a largo plazo se diseñen terapias genéticas o farmacológicas, que sirvan para reducir la agresividad y el comportamiento violento. Pero teniendo en cuenta el peso de los factores ambientales, sociales y culturales, otras posibles soluciones deberían venir de otros ámbitos.

A ese respecto, la experta quiso añadir lo siguiente: «Como investigadora me parece importante transmitir mi conocimiento sobre la genética de la agresividad, pero además cabe destacar que en los factores ambientales la sociedad es clave, y vivimos en una sociedad de desigualdad entre hombres y mujeres, en el que aún a día de hoy hay una cierta normalización de abuso y violencia hacia las mujeres».

Foto: En la imagen superior, Bernardo Montoya conducido por agentes de la guardia civil en El Campillo, Huelva.

Vicente Fernández López