Evan Solomonides es delgado, moreno, lleva el pelo cortado a cepillo y piensa a lo grande. Antes de cumplir 18 años, inventó un plástico biodegradable derivado de la patata en la cocina de su casa. Resultó ser un aislante excelente y tener un interesante potencial transformador en la preservación del medio ambiente. Ahora que tiene 19 y ha ingresado en la Universidad de Cornell, sigue afrontando grandes retos. Tanto que nuestro humilde planeta se le ha quedado pequeño. Literalmente. Solomonides ha mirado hacia las estrellas, más allá de nuestro sistema solar, ha puesto a funcionar la calculadora y ha propuesto una llamativa conclusión. Si la vida no es una rareza terrícola, en la historia de nuestra galaxia habrá habido unas 210 civilizaciones inteligentes con capacidad tecnológica para comunicarse con nosotros. Eso sí, ninguno tendremos noticias de ellas. Si algún vecino de la Vía Láctea se decide a darnos un toque, no será antes de 1.500 años. Vaya chasco.
Cuestión de distancias
El estudiante se ha tomado en serio que puede calcular la probabilidad de dos sucesos que conocemos solo por las películas: la frecuencia con la que surgen especies tecnológicas en el universo y el momento en que podrían comenzar a emitir al espacio sus comunicaciones. Combinando sus previsiones con el hecho de que, en este momento, las primeras señales terrícolas no han cubierto aún ni el uno por ciento de la galaxia, ha estimado el tiempo de espera para el contacto con los extraterrestres. La clave de su conclusión está en considerar que las probabilidades de una respuesta no son estadísticamente relevantes hasta que nuestras emisiones alcancen a la mitad de los planetas de la galaxia. Y es para eso para lo que quedarían 15 siglos. O sea, 45 generaciones de españoles preguntándose si están solos mientras viajan por el universo a lomos de una galaxia espiral. El trabajo de Solomonides contempla con escepticismo la posibilidad de que los alienígenas detecten nuestras comunicaciones por el momento, solo porque son muy recientes. “Demostramos claramente que la comunicación humana ha alcanzado una esfera de 80 años luz de radio, y que no ha llegado a un número suficiente de estrellas y planetas como para esperar una respuesta”, explica el joven en su trabajo. Lo raro sería que hubieran escuchado nuestros mensajes, los hubieran descifrado y hubiesen contestado.
La paradoja poco paradójica
El estudiante presentó su teoría en el 228 congreso de la American Astronomical Society, celebrado en junio en San Diego, California. No despertó interés porque desmontara las especulaciones que rodean a las señales extrañas que, de cuando en cuando, llegan a la Tierra. Estas suelen interpretarse como procedentes del propio planeta, rebotadas, por ejemplo, en un trozo de basura espacial. Lo interesante del análisis es que pone en la perspectiva que dan los conocimientos actuales una paradoja expuesta hace más de medio siglo por el físico Enrico Fermi: si existen las civilizaciones extraterrestres, ¿dónde están? ¿Por qué no hemos detectado ningún indicio de su existencia? Cuanto más se sabe del universo, menos razonables parecen estas preguntas. “Este artículo es un intento de explicar la paradoja de Fermi usando una certeza que es ampliamente conocida pero insuficientemente comprendida: la galaxia es vasta”, advierte al comienzo del texto.
Los cálculos estadísticos han previsto el surgimiento de 210 civilizaciones en la Vía Láctea
Concretamente, 6,54 billones de años luz cúbicos. Aunque no todos los científicos están de acuerdo con el joven investigador. Algunos de la talla del físico Stephen Hawking defienden que es ahora, precisamente, el momento de contactar con vida extraterrestre. “En algún lugar del cosmos, la vida inteligente podría estar viendo nuestras luces, conscientes de lo que significan”, aseguró el verano pasado en la presentación de la iniciativa Breakthrough Listen. El proyecto consagrará los próximos diez años a tratar de escuchar las señales que podrían llegarnos desde el millón de estrellas más cercanas. Es una iniciativa arriesgada porque, según el mismo Hawking ha advertido, los alienígenas podrían no ser nuestros amigos y venir a la Tierra a destruirnos. El astrofísico Neil DeGrasse Tyson ha ahondado en la interpretación pesimista de Hawking en el festival Starmus, celebrado en Tenerife este verano. Según el neoyorkino, no se puede descartar nada, ni siquiera que el planeta sea el zoo de una especie inteligente. Incluso podrían estar fomentando “políticas extrañas” solo para entretenerse. Este tipo de ideas florecen con facilidad entre algunos astrónomos, pero la mayoría se conforman con la humilde búsqueda de microorganismos alienígenas. Y parece que su tarea avanza en la dirección correcta.
Hay muchos mundos de agua
“En diez años tendremos indicadores suficientes para afirmar la existencia de vida extraterrestre. Y en 20 o 30 años podremos encontrar evidencias suficientes como para demostrarlo”, aseguró la jefa científica de la NASA, Ellen Stofan, el año pasado. Por supuesto, no se refería a vida inteligente sino a indicios microscópicos. Las declaraciones de Stofan fueron contundentes y no ocultaron que hay un clima de esperanza en la comunidad científica: “Sabemos dónde mirar, sabemos cómo mirar, en muchos casos tenemos la tecnología y estamos en proceso de implementarla”. Gran parte de su optimismo se basa en que los científicos no se cansan de encontrar agua en nuestro propio sistema solar. Según las investigaciones de los últimos años, lo más probable es que la fuente de la vida haya vertido su preciado néctar en cinco lunas heladas de Júpiter y de Saturno. Puede que incluso haya un mar salado atrapado entre dos gruesas capas de hielo en Ganímedes, el satélite más grande de Júpiter. Aunque el objetivo número uno es, sin ninguna duda, Marte.
Se conocen 21 planetas parecidos a la Tierra que reúnen los requisitos indispensables para el milagro vital
La agencia espacial norteamericana estudia la humedad del ambiente marciano, entre otros aspectos, gracias a un instrumento acoplado al vehículo de exploración Curiosity. Se trata de una estación meteorológica que incorpora varios sensores, que se conoce como REMS y que es el primer instrumento español que ha viajado al planeta rojo. El investigador principal del proyecto, el ingeniero aeronáutico del Centro de Astrobiología (CSIC-INTA) Javier Gómez-Elvira, se muestra cauto a la hora de aventurar plazos, pero no descarta la posibilidad de que llegue la noticia que trastocará nuestra manera de entender el universo.“Enfocándonos en Marte, que es el sitio más cercano, ya hay instrumentos para buscar vida extraterrestre”, dice.
[image id=»82270″ data-caption=»Estamos rodeados de planetas que podrían albergar vida.» share=»true» expand=»true» size=»S»]La vida deja su huella
La Agencia Espacial Europea y Rusia preparan para 2020 la misión Exomars. En ella, un rover rastreará indicios de vida marciana a dos metros bajo tierra. Hay que buscar a esa profundidad porque los rayos cósmicos traspasan con facilidad la fina atmósfera de Marte y degradan cualquier vestigio biológico. La mayoría de los aminoácidos no aguantarían más de 20 millones de años, la mitad si están en contacto con el agua. Muy poco tiempo, teniendo en cuenta que el planeta tiene una historia de 4.500 millones de años. Pero la búsqueda de nuevos mundos no acaba en nuestro sistema solar. Gracias a una herramienta conocida como espectrómetro, que reconoce los patrones únicos de los elementos químicos cuando interactúan con la luz, los científicos aspiran a distinguir la huella de la vida en las atmósferas más lejanas. Astrónomos como Avi Loeb, de la Universidad de Harvard, han propuesto ideas como buscar restos de actividad industrial alienígena en planetas lejanos.
Pero son otro tipo de proyectos los que ganan la atención de la comunidad científica. Su estrategia es analizar desde la Tierra las atmósferas a la caza de gases de origen biológico como el metano. Vale la pena perfeccionar estos sistemas porque, gracias al trabajo del telescopio estelar Kepler, lanzado en 2009, se conocen más de 3.200 planetas fuera de nuestro sistema solar. Unos 1.300 fueron bautizados este mismo año y de una sola tacada. Y cada vez habrá más. Ahora que la misión del Kepler está llegando a su fin, tras escanear 150.000 estrellas, el Satélite de Sondeo de Exoplanetas en Tránsito (TESS) prepara su salida al espacio, prevista para 2018. TESS estudiará otras 200.000 estrellas cercanas a nuestro sol. Como Kepler, analizará los cambios de luminosidad de las estrellas cuando un objeto pasa por delante de ellas, un fenómeno del que se puede inferir si ese objeto en cuestión es un planeta. Es excitante. Ahora se conocen 21 planetas de tamaño similar.
Alienígenas como nosotros
Los ojos humanos y los del pulpo no son iguales porque han evolucionado de maneras distintas, pero ambos cumplen admirablemente bien la misma función. Es un ejemplo de la teoría de la evolución convergente, que defiende que la naturaleza llega a soluciones muy similares por caminos distintos porque, sencillamente, son las mejores. Según el evolucionista de la Universidad de Cambridge Simon Conway Morris, una capacidad cognitiva sofisticada, la inteligencia y la habilidad para crear herramientas también son convergentes. Si esta teoría evolutiva no falla, los alienígenas deberían ser seres muy similares a nosotros.
Andrés Masa Negreira