Has advertido que, últimamente, tu cepillo se asemeja al lomo de tu gato con demasiada frecuencia y que cada vez pasa más tiempo entre cada visita que haces al peluquero. Estás comenzando a escamarte, piensas que pronto se te despejará la cabeza como se le despejó a tu padre… Tranquilo, hay esperanza.
Tienes entre 90.000 y 150.000 pelos en la cabeza, y probablemente estén más vivos de lo que te piensas. A veces, hasta el 40 por ciento de la masa capilar deja de crecer de repente, como si un maleficio terrible hubiera caído sobre tu tupida cabellera, y, pasado un tiempo, lo encuentras en los hombros, la almohada y el desagüe de la bañera. Suele ser el resultado de periodos de estrés intenso, una consecuencia del insomnio, la secuela antiestética de una alimentación descuidada o un molesto efecto de algunas cirugías. En el caso de las mujeres, también es un trance normal tras el embarazo. O sea, suele ser un proceso reversible que se explica fácilmente.
Si todo va bien, el cabello sigue tres ciclos diferentes. Puede crecer, a un ritmo de 10 a 15 centímetros anuales; puede descansar de esta tarea, durante dos o tres meses; y puede poner fin a su vida, y caer. Cada pelo puede acoplarse a alguno de estos procesos independientemente, pero también puede desincronizarse por completo y acabar cayendo. El desconocimiento de estos “peloritmos” es habitual entre el público, así que buena parte de los 10.500 millones de euros que se estima que ganará el mercado de los productos anticaída para 2024 bien podría quedarse en los bolsillos de los preocupados consumidores.
Mantener el pelo en su sitio es un esfuerzo en el que las costumbres personales pueden hacer mucho bien. Recoger el pelo hacia atrás con ganas, cepillarlo con demasiado vigor, incluso aplicar demasiada firmeza al secarlo con una toalla pueden hacer que el pelo se caiga. En estos casos, es fácil detener la caída. Otras veces, es tan inevitable como envejecer.
Con la edad, es normal que a los hombres se les caiga el pelo. Sucede porque los folículos que se esconden tras la cabellera, en la base de cada cabello, son especialmente sensibles a la dihidrotestosterona (DHT). Esta hormona masculina provoca que los pelos mengüen como los ancianos y que la producción total de cabello se resienta. La sensibilidad de los folículos a la DHT aumenta con el tiempo, así que, aunque los hombres produzcan menos testosterona según envejecen, al final gana la partida y comienzan a aparecer claros en el bosque capilar. En estos casos, sí que no hay vuelta atrás.
Redacción QUO