Mirna Pérez-Moreno es mexicana. Nació en Acapulco, y desde el principio de su carrera supo que, si quería ampliar su experiencia investigadora, tendría que viajar. Vino primero a España y después a Estados Unidos, al Sloan Kettering y a la Universidad Rockefeller. Donatello Castellana es italiano y también ha recorrido muchos kilómetros trabajando con sistemas autoinmunes: Francia, Alemania… Mirna cogió al vuelo la oportunidad de liderar en España, en el CNIO (Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas), un grupo de investigación sobre la incidencia de las células epiteliales en la formación de tumores. Donatello supo de la existencia del proyecto de Mirna y, sin dudarlo, le propuso formar parte de su equipo. Desde 2010 trabajan juntos analizando la relación entre el sistema inmunitario y el cáncer de piel. Inesperadamente, descubrieronuna sorprendente relación entre el sistema inmunitario y el crecimiento capilar.

El hallazgo puede facilitar el desarrollo de nuevas estrategias contra la calvicie

La noticia saltó a la prensa inmediatamente. La publicación PLOS Biology fue la primera en informar del descubrimiento, y tras ella el mundo académico se hizo eco del hallazgo. En la sede del CNIO empezaron a recibirse emails y llamadas de ciudadanos. Querían el tratamiento, más información, ofrecerse como conejillos de Indias… Mirna Pérez-Moreno llama a la cautela: “Hay gente que está muy preocupada con este asunto y sabemos que psicológicamente es muy importante”, y aunque el trabajo ha sido realizado enteramente con ratones, “debería facilitar el desarrollo de nuevas estrategias terapéuticas para el tratamiento del crecimiento del cabello en humanos, pero no inmediatamente”.

El objetivo es el cáncer
Para sus investigaciones, ambos científicos partían de un hecho conocido: los macrófagos –células que están en los tejidos– tienen más de un tipo de función. No solo desempeñan un papel crucial en el sistema inmunitario atacando a los patógenos del organismo, sino que están implicados en la activación de células madre; aunque si se sobreactivan, pueden incidir en la formación de tumores. Es decir, la misma célula puede tener una acción regeneradora, otra inmunitaria y también producir cáncer. Como parte del sistema de defensa, una de sus misiones es aplacar la inflamación que se produce como consecuencia de un daño. “En microambientes tumorales existe mucho componente inflamatorio”, explica Mirna Pérez-Moreno. “Entonces, decidimos estudiar el papel que representaban los macrófagos en todo esto. Observamos que incidían en el crecimiento del folículo piloso y empezamos a observar el nacimiento del pelo para intentar averiguar, a través de ellos, si podían también regular la activación de las células madre”.

Castellana se centró en analizar los cambios de los macrófagos que había alrededor de los folículos, y comprobó que reducían su número cuando se activaban las células madre. También constató que la muerte de parte de los macrófagos parecía ser la señal que empujaba al folículo a entrar en una nueva etapa del ciclo.

Decidido a comprobarlo, inyectó liposomas en un ratón con la intención de modificar su presencia y vio que, efectivamente, se reactivaba el crecimiento capilar. El objetivo a partir de ahora es intentar averiguar qué diferencia hay entre los diferentes tipos de macrófagos, es decir los que provienen de la médula ósea, los delsaco vitelino y lo que se autoproducen. “Los hay que rodean el folículo y otros que se reparten aleatoriamente a lo largo de la piel. Lo que no sabemos todavía es por qué cada uno está en un lado”, explica Pérez-Moreno. Pero sí se conoce que los folículos se forman en la epidermis, durante el proceso embrionario. A su alrededor se distribuyen diferentes tipos de células, entre ellas los macrófagos. Una vez completada la morfogénesis, es decir, el desarrollo completo, el folículo piloso crece y genera pelo una y otra vez en individuos sanos. El proceso es similar al del bulbo de una flor: al llegar a la madurez, muere y da origen a un nuevo cabello. Para que ocurra, es necesario que los macrófagos activen las células madre.

Fue en el laboratorio de Elaine Fuchs donde Cedric Blanpain y Bill Lowry, en 2004, queriendo saber qué daba origen al folículo, colocaron en una placa de Petri una serie de células madre. Trasplantaron el cultivo resultante en un ratón sin pelo y vieron que el folículo volvía a germinar. A partir de ahí, investigadores de todo el mundo han tratado de ver las características de las células madre, sus posibilidades de ser trasplantadas, modificadas… Ahora, el reto es activarlas en un organismo para potenciar el crecimiento capilar sin que ello produzca tumores.

¿Se harán ricos Pérez-Moreno y Castellana si lo consiguen? “No”, responden. “La tecnología que hemos utilizado ya está patentada. Los liposomas los compramos de forma comercial y además se usan en otro tipo de investigaciones.”
Puede que no sea el negocio del siglo, pero para muchos significa la esperanza de recuperar lo que creían perdido.

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Cuánto falta para tener un crecepelo
Antes de 20 años será prácticamente imposible que los hallazgos de Pérez-Moreno y Castellana (ambos en la foto) lleguen al gran público. En el período preclínico tendrán primero que identificar los macrófagos que residen en la piel y encontrar un agente farmacológico que sea capaz de modificarlos. Más tarde, en la fase clínica, el objetivo es crear un fármaco eficaz. Primero se probará en ratones y luego en diferentes humanos sanos, hasta comprobar la eficacia y seguridad del tratamiento.

Marta García Fernández