Los fósiles de dinosaurios, entre ellos las primeras aves, presentan en sus plumas unos corpúsculos microscópicos. Diminutos, pero objeto de una gran controversia. En los últimos años, los paleontólogos se han dividido entre considerarlos bacterias –que habrían contribuido a la conservación de las plumas en el registro fósil– u orgánulos llenos de melatonia, el pigmento que da color a piel, escamas, pelo y plumas.
Esta última opción fue propuesta en 2010 a raíz de una investigación con fósiles chinos y, desde entonces, varios estudios se han basado en ella para apostar por distintas tonalidades en animales extintos. “Pero, como nadie había disputado la teoría de las bacterias, esos artículos incluso tenían problemas para su publicación en revistas científicas”, aduce José Luis Sanz, catedrático de Paleontología de la UAM.
Desde hoy, se acabó el dilema. Un equipo internacional encabezado por Yanhong Pan, paleontólogo de la Academia de Ciencias China, ha determinado que las microestructuras en liza son melanosomas. El estudio, publicado en PNAS, ha comparado los restos de una de las primeras aves de la historia, un Eoconfuciusornis de hace 130 millones de años, hallado en el NO de China, con un pollo actual. Con sofisticadas técnicas químicas y moleculares, han comprobado que los corpúsculos en liza son receptáculos de melanina. Además han detectado en torno a ellos la proteína queratina beta, la misma en la que están embebidos los melanosomas de los reptiles y aves actuales.
Eso significa que, “a partir de ahora, con las técnicas, equipamiento y especialistas adecuados, cualquier paleontólogo puede, a partir de esas estructuras, concluir cuestiones relativas al color de los dinosaurios”, concluye Sanz, que no ha participado en el estudio.
Pilar Gil Villar