Para los occidentales, el durian es un fruto exótico que está empezando poco a poco a ser más conocido. Pero en Asia la cosa cambia. Es un auténtico manjar, al que denominan incluso como «el rey de las frutas». Crece en los bosques de Indonesia y, en un primer momento, lo que más llama la atención es su aspecto externo (está cubierta de pinchos) y, sobre todo, su desagradable olor.
Los investigadores del Smithsoniam Institute describieron su aroma como algo parecido a mezclar el olor de las cebollas podridas, con el de la gasolina y el de un calcetín sudado. Es tan fuerte que en los hoteles de Indonesia, Malasia y Singapur está prohibido comerla. Además, los puestos que la venden en los mercados callejeros suelen estar apartados del resto.
Pero, paradójicamente, quienes la ha probado dicen que es deliciosa. Se asemeja a una chirimoya cremosa y se usa incluso para fabricar helados. Por si fuera poco, está incluida en la lista de los superalimentos por sus propiedades nutritivas. Pero, volviendo a su característico olor, ¿que es lo que lo provoca?
Investigadores del Singapore’s Dune-NUS Medical School ha secuenciado el genoma de esta fruta y han descubierto dos cosas. La primera, que su ancestro está estrechamente emparentado con el de la planta del cacao, aunque ambas han evolucionado de manera diferente.
Y el segundo descubrimiento que han realizado los investigadores de Singapur, es que la evolución del durian ha estado orientada a producir su fétido olor. La causa no es otra que la de atraer a los orangutanes. A diferencia de los humanos, a estos primates les encanta el aroma de esta fruta y, al comerla, contribuyen a esparcir sus semillas.
Vicente Fernández López