El llamado Palacio Belvedere se encuentra en Roma, al Norte de la Basílica de San Pedro. Fue edificado en el siglo XVI por orden del papa Julio II. Y, ahora, lo están pintando. Lo cual no sería algo excepcional si no fuera porque lo están haciendo con leche.
Esta sustancia lleva utilizándose para pintar paredes y superficies desde la más remota antigüedad. La usaban los egipcios y también muchos pueblos precolombinos. Pero, recientes investigaciones, han revelado que la caseína, una de las proteínas de la leche, tienen excelentes propiedades que ayuda a que las paredes pintadas se conserven durante mucho más tiempo. Por ese motivo, la técnica de pintar con leche está resurgiendo en la actualidad.
En el caso de este palacio romano, los técnicos están mezclando la leche con cal y pigmentos naturales, para darle a los muros la tonalidad color crema que tenía originalmente. Además, la leche utilizada procede de las ubres de las vacas pontificias, que son criadas en la granja que el Vaticano tiene en Castel Galdonfo, a unos 30 kilómetros de Roma. Son, en total, veinticinco reses que producen una media de cincuenta litros de leche diarios, que son tratados en una pasteurizadora que hay en las instalaciones.
En la granja también se cuidan unas trescientas gallinas, hay decenas de colmenas que producen miel, y varias hectáreas de olivos de los que se obtienen una media de 3.000 litros de aceite. Una parte de los productos que salen de aquí termina en la mesa papal, pero el resto se ofrecen en un supermercado de Annona, término que se utiliza en Italia para denominar a los organismos dedicados a distribuir alimentos entre los más necesitados.
Pero, volviendo a la técnica de pintar con leche, su adopción también se debe a un intento de que los trabajos de restauración del palacio Belvedere se ajusten a las directrices ecológicas que el papa Francisco ha trazado en sus encíclicas.
Vicente Fernández López