Los científicos parecen apoyar la idea de que las palabrotas o los insultos atraen a las masas. No está claro por qué, quizás porque sugieren que podemos romper ciertas reglas sociales (de lenguaje, comportamiento, educación) en un entorno público.
Ahora, los expertos parecen vincular las palabrotas (entre otras cosas) a la honestidad, a un mejor vocabulario, mejor credibilidad, mejor camaradería con nuestros compañeros, y a ayudarnos a procesar y manejar mejor el enfado. Una de las figuras clave en este terreno es la investigadora y autora de inteligencia artificial (AI) Emma Byrne.
“Tratamos de mantener el lenguaje fuerte alejado de los niños hasta que sepan cómo usarlo de manera efectiva. Estoy firmemente convencida de que deberíamos revisar esta actitud. Aprender a usar las palabrotas de manera efectiva, con el apoyo de adultos empáticos, es mucho mejor que tratar de prohibir que los niños usen ese tipo de lenguaje», asegura Byrne.
La investigadora argumenta su teoría explicando que, al prohibirlo, no se podrán desmitificar las palabras en primer lugar, ni los niños serán capaces de entender las emociones de la gente que les rodea desplegando tal lingüística. «Los niños necesitan aprender cómo las palabrotas afectan a los demás”, asegura.
Las conclusiones de Byrne no se basan en un único estudio. Su gran fascinación por la neurociencia le ha llevado a publicar su primer libro de pop-sci: ‘Maldecir es bueno para ti: La asombrosa ciencia del mal lenguaje’ (2017).
Tacos, ¿el mejor analgésico?
Recientemente, la Dra. Byrne hacía referencia a un estudio particularmente esclarecedor sobre el tema. Descubrió que maldecir o decir tacos cuando se siente dolor, aumenta la tolerancia de alguien al mismo en comparación con alguien que grita una palabra neutra (y sorprendentemente inapropiada) en su lugar, como «¡brillante!».
Aparte de aclarar que las palabrotas pueden tener este efecto (incluso sugerir que las palabrotas más fuertes son mejores analgésicos), la Dra. Byrne también nos recuerda que el dolor no es sólo un fenómeno biológico, sino también psicológico.
El debate sobre lo que se entiende como palabrota y lo que no se ha abierto, y no cabe duda de que se trata de un tema poco investigado, quizás por seguir siendo un tabú.
Belén Robles González