Cuenta la divulgadora científica Mary Roach en su libro Gulp (Oneworld Publications) que el primer caso documentado de muerte por rotura de estómago data de 1891, cuando un hombre se tomó un bote de pastillas de opio. Al llegar al hospital, se le hizo un lavado de estómago bombeando este órgano con agua caliente para diluir la droga y expulsarla. Pero aquello acabó por desbordar su capacidad estomacal y murió. ¿Se puede morir por comer demasiado? “Es casi imposible que el estómago se rompa por una gran ingesta. Se trata de un órgano distensible, que normalmente tenemos semiplegado y que, en cada contracción, solo vacía unos 3 cm3 de su contenido. ”, apunta el doctor José Suárez de Párraga, jefe de servicio de Digestivo del Hospital Universitario La Paz, en Madrid. En circunstancias normales, desde que un alimento entra por la boca hasta que sale en forma de heces puede tardar desde horas hasta días. Depende de si la comida llega bien o mal triturada (por eso el masticado a conciencia es tan importante), del contenido de lo ingerido (en grasas, proteínas e hidratos de carbono) y como sabemos cada vez con más detalle, de la actividad de la fauna que habita en nuestro aparato digestivo. Y con una gran comilona estamos forzando todo el proceso, por lo que nuestro cuerpo pone en marcha varios mecanismos de aviso. Dolor de estómago, náuseas y vómito final componen la secuencia, en la que siempre prima vaciar el estómago antes de alcanzar el punto de ruptura.
[image id=»61807″ data-caption=»Tim Janus (en la foto) ostenta el récord mundial de comer tiramisú (casi dos kilos en 6 minutos), tamales (71 unidades en 10 minutos) y burritos (5 kilos y medio en 12 minutos). Según el estudio realizado por David Metz: “Su estómago tiene la capacidad de relajarse para permitir la entrada de más comida”. » share=»true» expand=»true» size=»S»]De profesión comelotodo
Entonces, ¿qué pasa en el caso de los comedores profesionales de los concursos? Para averiguarlo, el gastroenterólogo David Metz (Universidad de Pensilvania en Filadelfia) estudió a fondo qué ocurría en el estómago de Tim Janus, número 3 del ranking estadounidense de la “profesión”, en comparación con el de una persona normal. Para ello, hizo tragar a ambos tantas salchichas como pudieran, y en la guarnición les echó bario de alta densidad, para seguir el viaje de la comida a lo largo del aparato digestivo. Contra lo que pensaba Metz, Janus no mostró una capacidad mayor de vaciamiento gástrico.
De hecho, a las dos horas de empezar a comer, el estómago del voluntario había limpiado el 75% de su contenido, mientras que el del “campeón” solo había evacuado un 25%. ¿El secreto? El estómago de Janus se distendió de forma anómala gracias a una habilidad adquirida para relajarse. Y dijo no sentir dolor ni náuseas. “Eso es imposible”, comenta Suárez Párraga, “puede ser que se haya acostumbrado al dolor”. Pero Janus debe tener cuidado, porque la ingesta excesiva, unida a otras circunstancias, sí puede matarnos. Es el caso de una joven que también recoge Roach en su libro. “Su abdomen se había abultado tras ingerir nueve kilos de perritos calientes, brócoli y cereales de desayuno (…). Los forenses determinaron que la puntilla la puso una bebida de soda que hinchó el estómago y empujó al diafragma. Murió asfixiada”.
También se documentó un caso en Pakistán de un hombre que tras pasar días en huelga de hombre se dio un atracón. Al parecer, la muerte le sobrevino por el llamado “síndrome de realimentación” que sufren quienes tras una inanición severa no respetan la dieta progresiva. El cambio brusco hace que la capacidad de los glóblulos rojos de transportar oxígeno se anule, por lo que su portador muere.
Redacción QUO