Indonesia y Malasia representan casi el 85% de la producción mundial de aceite de palma. Este aceite es usado en alimentos procesados, cosméticos y biocombustibles, y si bien es económico, los costes ambientales y sociales asociados a su producción, son altos. Cada año, miles de hectáreas de bosque tropical desaparecen para satisfacer la creciente demanda de este aceite en todo el mundo. A causa de ello, en 2012, Indonesia tenía la tasa de deforestación más alta del mundo, según un estudio publicado en Nature Climate Change.
Ahora, un nuevo estudio, liderado por Thomas Guillaume, realiza un análisis sobre el impacto ambiental del cultivo del aceite de palma en Indonesia. El artículo, publicado en Nature Communications, compara los costes y beneficios de convertir las selvas tropicales en plantaciones de palma.
Convertir una hectárea de tierra de selva tropical en plantaciones de aceite de palma conduce a 174 toneladas de emisiones de carbono y la mayoría de este carbono se abrirá camino en el aire como CO2. Esta cantidad equivale aproximadamente a la producida por 530 personas que vuelan de Ginebra a Nueva York, señalan los expertos en el estudio.
La cifra resulta más alta que la publicada por el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) para cuantificar la cantidad de gases de efecto invernadero emitidos por el cultivo de la palma de aceite; también es más alta que la señalada por los organismos de certificación de aceite de palma sostenible.
Pero hay otra cara de la moneda. El aceite de palma en Indonesia emplea, de modo directo a más de cinco millones de personas y de modo indirecto a unas 50 millones. Las exportaciones de este producto están por encima de las del gas y el petróleo. Por lo tanto no es cuestión solo de prohibir el aceite de palma, hay que dar un paso más. .
Juan Scaliter