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El pasado mes de mayo, la prestigiosa revista Science daba cuenta de un espectacular logro llevado a cabo por el famoso genetista Craig Venter. El artículo se titulaba Creación de una célula bacteriana controlada por un genoma sintetizado químicamente. Pero la mayoría de los medios de comunicación anunciaron por doquier que se estaba creando vida. El propio Venter, ya en 2007, anunció el comienzo del experimento sin pensárselo dos veces: “Estoy creando vida artificial”. Con su especial habilidad para el autobombo, el científico proclamó: “Este es un paso muy importante, desde el punto de vista filosófico, en la historia de nuestra especie. Hemos pasado de leer nuestro código genético a adquirir la habilidad de escribirlo. Eso nos da la habilidad hipotética de hacer cosas nunca antes contempladas”.
¿Qué ha conseguido Venter? Dicho de una forma muy simple, ha diseñado, sintetizado químicamente e insertado los 1,08 millones de bases del ADN de una bacteria llamada Mycoplasma mycoides en otra bacteria conocida como Mycoplasma capricolum, a la que previamente le había extirpado su propio genoma. El comportamiento de la célula así “fabricada” –bautizada con el nombre de Synthia– es prácticamente idéntico al de la célula natural, y no solo ha sido capaz de sobrevivir, sino incluso de multiplicarse. En términos informáticos, diríamos que se ha aprovechado el “hardware” de una célula y se ha sustituido el “software” que antes tenía por otro previamente programado y sintetizado en el laboratorio.
Intereses creados
Pese a todas las exageraciones que se han vertido respecto a este evento, es imposible minimizar su importancia. No en vano, la empresa de Venter, Synthetic Genomics Inc., declara una inversión superior a los 40 millones de dólares. Con todo, este es solo un paso en esa finalidad de crear vida artificial. Y no es sencillo. Pese a que ese genoma (que solo contiene unos 500 genes) es el más sencillo de un organismo capaz de vivir de forma independiente, fueron precisos varios “trasplantes” hasta lograr que la nueva célula prosperara. Una de las incógnitas es por qué en unos casos no ha funcionado. ¿Y cuál sería el siguiente paso? Para Manuel Guzmán, Secretario Científico de la Sociedad Española de Bioquímica y Biología Molecular, mucho más difícil será: “Trabajar con un organismo de mayor contenido genético, como una célula eucariota de mamífero y lograr que exprese el genoma que le hemos inyectado”. Los propios investigadores de Venter han afirmado que: “El próximo paso va a ser crear las células de una bacteria viva basada en este cromosoma sintético”. Esto es, el “chasis” en el cual se ha trabajado.
Y todo esto, ¿para qué? Venter vendió bien su criatura en una conversación por Skype ofrecida por la revista científica Science: “Cuando aparezca una enfermedad, sacaremos la botella correspondiente, sintetizaremos la bacteria y crearemos un nuevo candidato a vacuna en menos de 24 horas”. Y hay más. “Estamos desarrollando en estos momentos la utilización de algas capaces de capturar CO2 y de transformarlo en hidrocarburos que pueden ser procesados en las refinerías ya existentes.
Eso evitaría tener que sacar más petróleo del suelo. No hay ninguna alga natural que conozcamos que pueda hacer esto a la escala que necesitamos, así que tendremos que usar las nuevas técnicas de genómica sintética para desarrollar nuevas especies a partir de las que ya existen, o desarrollar otras que tengan las propiedades que queremos”. Bueno, pues aunque se trate de un alga unicelular, por supuesto que su genoma será notablemente más grande y mucho más difícil de sintetizar que el de Mycoplasma mycoides.
Alterar el genoma de organismos para realizar tareas útiles para nosotros no es exclusivo de Synthetic Genomics Inc. “La mayoría de la gente no sabe, por ejemplo, que la insulina que hoy se administra a los diabéticos procede de una bacteria modificada genéticamente”, aclara Víctor de Lorenzo, profesor de Investigación del CSIC en el Centro Nacional de Biotecnología.
El mismo doctor De Lorenzo trabaja con la bacteria Pseudomona putida, elegida por su capacidad de degradar ciertos compuestos tóxicos, como el tolueno. Y recordemos al Dr. Manuel Ferrer, perteneciente al Instituto de Catálisis y Petroleoquímica de la Universidad Autónoma de Madrid, quien participó en una investigación internacional cuyo fin era descifrar el genoma de la bacteria Alcanivorax borkumensis, que ya en su estado natural destaca por su capacidad para degradar el petróleo. Obviamente, el conocimiento de sus mecanismos genéticos permitirá manipularlos para aumentar su eficacia. Así, podrían evitarse las consecuencias catastróficas de vertidos de crudo como el del Prestige y, más recientemente, el producido en el Golfo de México.
La otra cara de la moneda
Hasta aquí las ventajas. ¿Y los inconvenientes? Pues de momento, ETC Group, grupo canadiense especializado en el estudio del impacto de las nuevas tecnologías, ha pedido el establecimiento de normativas para que empresas como Synthetic Genomics no produzcan secuencias de ADN “peligrosas”, y advierten de que la “biología sintética es un campo de alto riesgo impulsado por los beneficios”. La reacción de Greenpeace fue tan apasionada como la de Venter, pero en dirección opuesta. En su blog podemos leer que: “La excusa [del experimento de Venter] es ‘producir combustibles alternativos al petróleo’. Para ello, nos ofrecen un monstruo biológico. Funciones desconocidas, interacciones desconocidas, consecuencias imprevisibles. […] Y no tienen empacho en que su instituto se alíe financieramente a BP y a Exxon”.
Los ecologistas afirman que esta bacteria sintética “seguro que desarrollará otras muchas características ‘no esperadas’, efectos secundarios, etc.” Y que, si bien “nos aseguran que el engendro no será liberado al medio ambiente, el caso es que también lo dijeron para muchos tóxicos y muchos transgénicos, para partículas radiactivas. Las criaturas de laboratorio pueden escapar, convertirse en armas biológicas, y amenazar a la biodiversidad”.
El doctor De Lorenzo pone calma. Afirma que cuando se diseñan estos microorganismos, se hace de tal forma que dichas variantes son más débiles, y por tanto mucho menos capaces de sobrevivir en la Naturaleza.
Lo que Venter ha hecho hasta ahora es solo la punta (y una punta muy pequeña) de lo que podría ser un magnífico iceberg. ¿Podremos realmente algún día crear vida de la nada, uniendo compuestos químicos? ¿Y, además, que sean formas de vida útiles?
Redacción QUO