Tres noches después de la luna llena y a escasos minutos del fin de la puesta de sol, estos extraños gusanos, pertenecientes a la especie Odontosyllis enopla y comúnmente conocidos como gusanos de fuego, se acercan hasta la superficie del océano y emiten un desconcertante brillo bioluminiscente.
Un nuevo estudio genético revela que las espectaculares luces de color verdoso que desprenden son consecuencia de una enzima, la luciferasa, liberada durante el proceso reproductivo. Esta enzima oxidativa, común en criaturas como las luciérnagas, actúa de manera diferente en los gusanos de fuego, pues cuentan con una proteína inexistente en los procesos luciferinos de sus homólogos.
Las criaturas viven habitualmente en el fondo del Atlántico Norte en el área de las Bermudas, pero cuando llega la hora de aparearse, las hembras emergen a la superficie y brillan para atraer a los machos. Van en círculos, liberando una sustancia química que los atrae para que naden en torno a ella, en una danza de apareamiento de una belleza deslumbrante.
Su ritual es tan hermoso que hasta el propio Cristobal Colón lo describió en sus diarios de viaje de octubre de 1492 como una extraña «llama de una pequeña vela que se enciende y se apaga», sin saber que se trataba de los gusanos de fuego.
Redacción QUO