Frota un área de la palma de la mano con alcohol y a continuación deposita en esa región unas gotitas de agua —puedes emplear una pajita para hacerlo—. ¿Observas lo que les pasa a las gotas?
En lugar de mantener su forma habitual se han extendido plácidamente por la piel y comienzan a penetrar en ella. Si no lo ves claro, puedes depositar unas cuantas gotas en la otra mano y observar la diferencia.
Las glándulas sebáceas presentes en la piel producen una sustancia oleosa que le confiere una capa impermeable. Al frotar con alcohol la has eliminado. Esta capa sebácea no sólo actúa como repelente del agua.
Su función protectora va más allá al actuar como barrera frente a los gérmenes, gracias a que en su composición incluye sustancias germicidas, que son los agentes desinfectantes del exterior del cuerpo.
Y es que, aunque no los veamos, la cantidad de organismos vivos que pululan por la piel de una persona es similar al número de habitantes del planeta. Entre ellos destacan las bacterias, responsables de descomponer el sudor y dotarlo de su olor característico.
Sin su participación, el sudor prácticamente no olería a nada.
Redacción QUO