Harry Houdini era un mago seguro de sí mismo. Y pelín arrogante, quizá, cuando se atrevió a desafiar a toda la comunidad mágica de su tiempo asegurando que podría averiguar el truco de cualquier juego de magia que le mostraran tres veces. Así fue durante años. Hasta que una tarde de 1922, el joven mago Dai Vernon se presentó ante él en un hotel de Chicago. Le ofreció un mazo de cartas, le pidió que eligiera una, la mirara y la escondiera en el mazo. Tras un ligero toque de Vernon, la carta apareció en la parte superior de la baraja.
Y no una, ni dos, ni tres veces, sino siete. Houdini nunca llegó a descifrar el procedimiento y su contrincante pasó a la historia como el hombre que consiguió engañar al gran maestro. Desde entonces, esta jugada, conocida como “la carta ambiciosa”, se ha repetido muchas veces y en muchas versiones. Susana Martínez-Conde lleva varios años sirviéndose de los trucos de magia para estudiar en el Instituto Neurológico Barrow de EEUU cómo funciona nuestro cerebro. Así nos cuenta lo que Houdini no consiguió descifrar.
Advertencia: vamos a desvelar un truco mágico (si no deseas conocerlo, salta dos párrafos)
“Lo cierto es que cada vez que la carta aparece arriba, el mago utiliza un método diferente”, asegura. Uno de ellos consiste en doblar imperceptiblemente hacia arriba el borde posterior de la carta mientras se la introduce en el mazo, de forma que crea un pequeño hueco por el que esconderla justo debajo de la que está en lo alto del mazo. Una ligera inclinación de la baraja hacia abajo de cara al espectador creará un efecto de perspectiva que nos hará creer que la carta se está introduciendo en el centro del conjunto. El mago ya solo tendrá que girar dos cartas a la vez, simulando que solo mueve una (lo que se conoce como doble volteo), para mostrarnos de nuevo la que habíamos elegido.
Pero lo importante es que, cuando repita la operación, recurrirá a una artimaña distinta, y después a otra, e irá desmontando así cualquier teoría que el espectador (incluso el mismo Houdini) pudiera haber elaborado sobre su proceder. “El mecanismo cerebral que aprovechan los magos en este truco es el de la repetición aparente. Cuando estamos intentando conectar causa y efecto, y vemos que algo siempre ocurre de la misma manera, el atajo cognitivo que toma nuestro cerebro es que una misma manifestación debe tener siempre la misma causa”, asegura Martínez-Conde. Aunque no sea así. Fin de la advertencia
[image id=»59741″ data-caption=»La coruñesa Susana Martínez-Conde y su colega y esposo, Stephen Macknick, llevan varios años colaborando con magos de todo el mundo para investigar cómo funciona nuestro sistema neurológico. Los “fallos” que aprovecha el ilusionismo les ofrecen valiosísimas muestras sobre el origen de la conciencia. » share=»true» expand=»true» size=»S»]Trucos como cebollas
En este truco la destreza manual del mago debe igualar en excelencia al manejo de la atención del público, quizá la habilidad más común a todos los tipos de magia, e imprescindible en la “magia de cerca”. No se trata de una mera distracción, sino en guiar el interés del espectador allá donde quiere el mago, mientras lo aleja de lo que no desea que perciba. En ese control participan muchos mecanismos neurológicos.
Por ejemplo, a nuestro sistema visual le resulta muy difícil seguir los movimientos reales y rápidos de las cartas, porque la resolución de cada ojo es de aproximadamente 1 megapíxel (menor que la de tu móvil), excepto en el centro exacto de nuestra mirada. Pero con él no abarcamos el radio de acción del mago.
De forma similar, nuestra atención funciona de forma focalizada, y todo lo exterior a su foco prácticamente se desvanece a nuestra percepción. Mucho más si nos concentramos en que no sea así. “Un buen truco de magia está diseñado como una cebolla, en la que cada capa es un tipo de engaño. En sus escasos minutos de duración, al espectador le resultará imposible llegar al núcleo, al secreto”, nos relata la neurocientífica. No en vano, su preparación puede llevar años.
Pilar Gil Villar