Todo el mundo puede enfadarse, es fácil; pero no todo el mundo puede enfadarse con la persona correcta, en la medida correcta, en el momento correcto, por la razón correcta y de la forma correcta, eso no es fácil”. Así lo escribió Aristóteles, hace más de 2.000 años, en El Arte de la Retórica. Solemos considerar la ira una emoción destructora capaz de hundir relaciones y arruinar carreras, pero podría no ser tan mala. Incluso deberíamos cultivarla en las relaciones personales, reuniones de negocios y grupos de acción social, por ejemplo.
Vacuna contra el miedo
“Como sentir ira suele resultar desagradable, podría considerarse una emoción negativa”, afirma el psicólogo Brett Ford, de la Universidad de California en Berkeley (EEUU). “Pero esa sensación puede ayudarnos a conseguir nuestros objetivos, y a ser más felices y estar más sanos a largo plazo”. La clave reside en saber cuándo, dónde, por qué y cómo enfadarse, y en usar el enfado de forma estratégica, sin dejar que nos controle.
La ira se considera la respuesta a una provocación. Una falta de respeto de un empleado, un insulto a tu hijo o una decisión en la que tu jefe, que no te tiene en cuenta, desencadenarán sentimientos de ira, normalmente acompañados de cambios físicos, como un aumento del ritmo cardíaco y de los niveles de adrenalina. La intensidad de la sensación y hasta qué punto la expresemos varía de una persona a otra, pero quienes la experimentan y expresan con frecuencia y sin inhibición sufren, sobre todo por el efecto sobre sus relaciones. “Ahuyentan a todo el mundo”, declara Mike Fisher, director de la Asociación Británica de Gestión de la Ira. “No creería usted la cantidad de gente así que acude a nosotros. No tienen amigos, su familia les ha abandonado. Solamente trabajan o se entregan a comportamientos asociales y a una gran variedad de adicciones”.
Las personas irritables por naturaleza puntuaron mejor en tests de inteligencia emocional y bienestar general
De las disputas entre conductores a los actos de vandalismo, nadie discute que la ira pueda ser inmensamente destructiva. No obstante, la idea de que a veces también tiene beneficios va tomando fuerza. En un estudio decisivo en este sentido, Jennifer Lerner, actualmente en la Universidad de Harvard, analizó las emociones y comportamientos de casi mil adultos y adolescentes de EEUU solo nueve días después del 11-S y durante los años siguientes. Descubrió que quienes se indignaban ante el terrorismo veían el futuro con más optimismo que los que tenían miedo de él. Los hombres del estudio se mostraban más enfadados que las mujeres y, en general, más optimistas. También descubrió que las noticias y reportajes enfocados a indignar al lector le despertaban menos temor a sufrir un atentado y le predisponían a apoyar más las respuestas políticas agresivas que las conciliadoras.
Una indignación saludable
En observaciones de laboratorio, Lerner comprobó que a alguien que se enfada más que se asusta ante una situación de estrés se le disparan menos la tensión arterial y las hormonas del estrés. Esto muestra, dice, que cuando tu indignación está justificada no tiene por qué hacerte mal. La reciente investigación de Ford va más allá. En colaboración con Maya Tamir, de la Universidad Hebrea de Jerusalén (Israel), descubrió que la gente que suele sentirse más enfadada que feliz ante otros presentaba un bienestar general mayor. Esos irritables por naturaleza también puntuaron mejor en inteligencia emocional, lo que apoya la idea de que el enfado, aunque molesto, puede ser útil.
Andrew Livingstone, de la Universidad de Stirling (Reino Unido) comparó grupos con algo en común (como ser del sur de Gales) con otros formados al azar, y midió las reacciones emocionales ante, por ejemplo, el anuncio de que el Gobierno iba a retirar sus ayudas a las propiedades heredadas en el sur de Gales. Vieron que la ira, más que cualquier otra emoción, ayuda a unir a la gente que comparte una convicción y les impulsa a actuar.
Pero además, puede controlarse en favor de los objetivos personales o profesionales, siempre que cuides cómo y ante quién la expresas.
En el trabajo puede conseguirte dividendos si los directivos responden a tu ira intentando resolver el problema que la causó. Los más progresistas incluso podrían fomentar la indignación en ciertos momentos, ya que las personas enfadadas participan en las tormentas de ideas de forma menos estructurada, y eso da creatividad a la resolución de problemas.
Cuando ignoramos la ira de otros o respondemos a ella con más ira, podemos llegar al desastre. En política, lo mejor es responder con un cambio
También se ha demostrado que a los líderes políticos y empresariales que responden a un escándalo enfadándose en vez de entristecerse se les atribuye un estatus más alto. Siempre que sean hombres, eso sí. A las profesionales enfadadas se les otorga un estatus más bajo, ya sean presidentas ejecutivas o becarias, porque las reacciones emocionales de una mujer se atribuyen a su carácter (“es una persona indignada”), mientras se considera que los hombres simplemente reaccionan a circunstancias externas.
Y pueden aprovecharse de ello, porque al negociar, el enfado favorece sus intereses, aunque no siempre. Hajo Adam vio que sus compañeros de la escuela de empresariales INSEAD, en Francia, reaccionaban de manera distinta según su nacionalidad a los ataques de ira, y también que los enviados comerciales japoneses respondieron de manera negativa ante un presidente Clinton que negoció enfadado con ellos en la década de 1990. En estudios de laboratorio con estudiantes de la Universidad de California en Berkeley, Adam comprobó que, mientras los americanos de ascendencia europea hacían más concesiones a un oponente enfadado que a uno sin carga emocional, los de nacionalidad o ascendencia asiática los toleraban menos.
¿Y en la vida familiar?
Ernest Harburg, profesor emérito de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Maryland, ha comprobado que quienes suprimen su ira por norma en las disputas con su pareja mueren antes que aquellos que la liberan y resuelven los conflictos, y también que las parejas en que ambos expresan su ira viven mucho más tiempo. Harburg cree que suprimir la indignación aumenta la presión sanguínea, y asegura que “la idea de inhibir siempre tu ira, fomentada por religiones y pacifistas, no es saludable”.
Eso sí, advierte de que hay que ser respetuoso. “Basta con decir: estoy enfadado contigo, necesito que me escuches, me tomes en serio, te preocupes por mí y me consideres una prioridad”. Y admite que eso no es lo habitual.
También debemos aprender a responder adecuadamente a la ira de otros. Cuando la ignoramos o reaccionamos con más ira, podemos llegar al desastre. Tausch ha constatado que si un objeto (p. ej., el Gobierno) de indignación social no reacciona con un cambio, el grupo indignado puede sentir desprecio hacia él e iniciar formas de acción política “fuera del sistema”, es decir, violencia o apoyo al terrorismo.
Razón de más para cocinar un buen enfado según la sabia receta de Aristóles.
Redacción QUO