Si una máquina del tiempo nos brindara el privilegio de poder contemplarlos cara a cara, nadie en su sano juicio dudaría de que nos encontramos ya frente a auténticos seres humanos. Porque sus proporciones eran muy similares a las nuestras, su vello corporal se había reducido a la mínima expresión y su volumen cerebral alcanzaba los 900 cm3. Realizaron a pie grandes migraciones impensables para los homínidos que les precedieron, y fueron capaces incluso de construir balsas de madera con las que atravesaron el mar que separa Indonesia de la isla de Flores (donde, con el paso del tiempo, redujeron su tamaño y acabaron convirtiéndose en Homo floresiensis). Su enorme habilidad les permitió fabricar las herramientas con una gran precisión, y crearon piezas simétricas, talladas por ambos lados. Sin saberlo, Homo ergaster estaba realizando así las primeras muestras conocidas del arte humano. Pero su gran sensibilidad pudo manifestarse también (según algunas hipótesis) en una especie de cántico ancestral, similar a un ronroneo, que, sin articular palabra alguna, servía para consolar a sus crías
Redacción QUO