Atajos al congelador
Lo malo de congelar la comida es que luego hay que descongelarla. Y eso lleva su tiempo. Aunque la ciencia conoce algunos atajos:
1) Para descongelar, la temperatura no es lo más importante. Pon dos productos a descongelar; uno a temperatura ambiente (20ºC) y el otro en un recipiente de agua a 15ºC. Aun cuando el agua está más fría, el paquete en agua se descongelará antes. El líquido conduce mejor el calor que el aire, por lo que resulta más eficaz.
2) Pero para buenos conductores, los metales. Compruébalo poniendo cubitos de hielo en un plato y en una bandeja de aluminio, que conduce el calor bastante mejor. Ese es el secreto de las bandejas anticongelantes.
Fuegos artifici(s)ales
Enciende una fogata y esparce un poco de sal de mesa. Se observará una llamarada de un hermoso amarillo brillante. Si, además, tienes algún pariente o amigo que está sometido a una de esas dietas en las que les prohíben el sodio, estás de suerte. Invítale. Y estás de suerte, porque los sustitutos de la sal que se emplean en estas dietas contienen cloruro potásico. Y el potasio, arrojado al fuego, produce una llama de color violeta rojizo característica. Otro al que es indispensable invitar a este fuego de campamento con ínfulas de congreso científico es a ese conocido maníaco-depresivo del que, en condiciones normales, escaparías. Necesitas sus pastillas, porque incluyen en su composición litio, elemento que te brindará una hermosísima llama roja. De hecho, este es el fundamento de los fuegos artificiales.
¿Pasas de Arquímedes?
Comprueba el principio con una copa y pasas
Si no dispones de liquidez para preparar una velada romántica, he aquí una alternativa más económica protagonizada por tu pareja, tú, una cerveza y un paquete de pasas. Sírvele la cervecita y echa a la copa un par de pasas. No tienen efecto afrodisíaco, pero resulta divertido ver cómo de repente suben hasta la superficie arrastradas por las burbujas que se les adhieren, y cómo, al llegar a la superficie y liberarse de ellas, vuelven a caer. Y arriba, y abajo… momento que debes aprovechar para deslizar tu brazo sobre sus hombros.
Este truco sólo funcionará en los siguientes supuestos:
a) Que a tu pareja le gusten las bebidas gaseosas.
b) Que sienta debilidad por las pasas (aunque el truco también funciona con una onza de chocolate).
c) Que sea fan de Arquímedes; porque, al fin y al cabo, esto no es más que una demostración del principio de Arquímedes. Si pasa de Arquímedes, ráscate el bolsillo e invita a tu pareja a champán.
Un huevo cocido siempre pasa por el aro
Una vez que un pardillo decide que es imposible hacer pasar el susodicho huevo por el susodicho cuello sólo tienes que hervirlo (el huevo, no al pardillo). Después le quitas la cáscara, enciendes un par de cerillas, las arrojas al interior del bote o botella (el cuello debe ser más estrecho que el huevo, o nadie cubrirá la apuesta, pero tampoco mucho más, porque la ciencia hace trucos, no milagros) y pones el huevo sobre la boca del cuello. Pon cara de póker si tu huevo comienza a dar saltitos como si quisiera suicidarse arrojándose al vacío: eso es que el aire presente en el interior de la botella, al calentarse, se expande y parte de él escapa. Pero en cuanto las cerillas se apagan, el aire se enfría, se comprime y hace suficiente vacio como para aspirar el huevo.
Este truco también funciona con un plátano maduro. En este caso, la apuesta consistiría en ser capaz de pelar un plátano sin usar las manos… salvo un poquito. Lo justo para abrir la monda por la parte superior, encajar el fruto dentro del cuello y la monda por fuera. Las cerillas harán el resto.
Que la fuelza del aloz te acompañe
Lecoldáis el capítulo de MacGyvel en que queblaba una loca congelando un poco de agua en una fisula y aplovechando el hecho de que el hielo ocupa un volumen mayol que el agua? Pues hablía podido hacel lo mismo con aloz, un alimento muy higloscópico, que se hincha al mojal-lo. Pala complobal-lo, llena una lata de leflesco (funciona con cualquiel malca), o similal, con aloz hasta aliba, y luego liégala con agua.
Un globo, dos globos, tres globos
Y cuatro, cinco seis, diez, cincuenta, doscientos… que son los globos que te toca hinchar cuando tu hijo, sobrino, hermano o qué sé yo está de cumpleaños y decide invitar a sus amigos. Pues bien, tienes dos opciones: o dejarte los pulmones y la boca en el intento, o hacerte un inflador casero. El invento consiste en echar un poco de vinagre en una botella y colocar un poco de bicarbonato en el globo. Encaja la boca del globo sobre la boca de la botella y a continuación levanta el globo, de forma que el bicarbonato caiga sobre el vinagre. La reacción entre el ácido acético y el bicarbonato hará el resto; es decir, liberar el CO2, que se encargará de llenar el globo. Tú solo tienes que hacerle el nudo.
Y si, por un casual, resulta que no tienes en casa alguno de los dos ingredientes, es domingo y el 24 horas más cercano se encuentra en el culo del mundo, todavía hay otra alternativa para fabricar el inflador casero: la levadura. La levadura en polvo está compuesta por bicarbonato de sodio y un ácido seco. Cuando la levadura se moja, ambos compuestos se disuelven y reaccionan para dar el CO2.
Azúcar luminiscente
La triboluminiscencia es el fenómeno según el cual se produce luz por fricción entre dos piezas de determinados materiales. Un concepto complicado, con una explicación más complicada aún y que, sin embargo, resulta muy fácil de comprobar gracias a la comida.
El azúcar es un material triboluminiscente, y basta con frotar dos azucarillos para comprobarlo, aunque la luz que emiten es muy débil. Mucho más vistosos son los caramelos que incluyen en su composición salicilato de metilo (muchos con cubierta dura lo tienen), un compuesto fluorescente que amplifica la emisión del azúcar hasta el punto de que, si se mascan caramelos a oscuras frente a un espejo, se pueden ver los destellos. Y más aún si se colocan los caramelos en un mortero y se machacan. A oscuras, claro.
El limón hace cosquillas
Coge un limón, clávale un hilo de cobre y, cerca de él, otro de aluminio (un clip desdoblado, por ejemplo). Toca con la lengua ambos alambres. Un limón chisposo, ¿eh? Acabas de convertir tu limón en una pila natural gracias al ácido cítrico de su interior. Mientras el limón tenga zumo, generará energía. Una buena forma de saber si el limón tiene zumo sin abrirlo.
¿Popeye estaba en lo cierto con las espinacas?
Ni si, ni no, sino todo lo contrario. Prepara un té bien cargado. Mientras tanto, elabora un zumo de espinacas y otro de manzana en la licuadora, y cuela el zumo con un filtro de café o similar, para eliminar las partículas. Ahora, añade al zumo resultante un chorrito del té y espera un poco. Al cabo de media hora comprobarás que en el de espinacas aparecen unas partículas oscuras resultantes de la combinación del ácido tánico del té con el hierro de las espinacas. ¿Y en el zumo de manzana? Nada de nada. Popeye estaba en lo cierto, al menos en lo que respecta a la comparación entre espinacas y manzana, porque si ahora haces un zumo de espárragos, o de piña, o de… comprobarás que las espinacas no son la caraba ferruginosa que Popeye prometía. En realidad, muchos alimentos contienen tanto o más hierro que las e-popéyicas espinacas.
Eso sí, por muy ricas que sean en hierro, no podrás atraer las espinacas con un imán. Normal, dirás. ¿Normal? Hasta cierto punto, te responderé. Porque si eres de esa gente que gusta de las etiquetas “enriquecido con…” y tienes un paquete de cereales enriquecidos con hierro en casa, puedes hacer la siguiente prueba. Coge un puñado, machácalos bien machacaditos y luego sumerge un imán en ellos. Al extraerlo, observarás con horror pequeñas partículas de hierro comestible.
Química y mates no casan
Cómo meter dos tazas llenas de azúcar en una sola taza del mismo tamaño? Muy fácil, con la ayuda de una tercera taza llena… de agua. Basta con echar el contenido de las tres tazas en un cazo y calentar un poco, hasta que el azúcar se disuelva por completo. Luego, solo hay que pasar el contenido del cazo a una de las tazas y… ¡Voilà! Y es que por mucho que digan los matemáticos, a veces 1 + 2 = 1. La explicación es sencilla: las moléculas del agua “gustan” de no estar muy pegadas entre sí, lo que hace que haya “huecos” que son gustosamente ocupados por las moléculas del azúcar.
Hielo salado para el helado
Mezcla una cucharada de nata líquida, una de chocolate en polvo y dos de leche en un vaso pequeño. Pon cubitos de hielo en un cuenco y rocíalos con sal. Coloca el vaso en medio del cuenco, rodeado del hielo salado, cubre el cuenco con papel de aluminio y remuévelo cada pocos minutos. Tras una hora tendrás un helado de chocolate casero. El papel de aluminio aísla el helado del ambiente externo, y la sal obliga al hielo a disolverse. Para eso necesita energía, y la toma de lo único que tiene a mano, el “calor” de la mezcla, enfriándola más de lo que la enfriaría el hielo solo, y lo justo para que solidifique el helado.