Si eres un lector poco paciente, que no quiere esperar a conocer más detalles, quizá esta frase resuma muchas de las conclusiones de lo último que se sabe sobre el tema: “La selección natural ha establecido diferentes niveles de paciencia para lidiar con los distintos tipos de problemas específicos que tiene cada especie”, dijo a la prensa Jeffrey R. Stevens, psicólogo comparativo de la Universidad de Nebraska-Lincoln (EEUU), tras publicar su investigación en la revista Proceedings of the Royal Society B. El trabajo no es un divertimento de cronómetro en mano, sino que tiene un enfoque apasionante: saber qué función cumple en la evolución el saber esperar acontecimientos futuros que pudieran traer mayores beneficios.
En primer lugar, el término paciencia es una reducción que los científicos hacen para que entendamos de qué se habla, pero ellos lo llaman “elección intertemporal”. Si uno busca esta expresión en internet, aparecen muchos resultados relacionados con la teoría económica y enseguida piensa que se ha precipitado, hasta que cae en la cuenta de que tienen mucho que ver: cómo manejar el tiempo para sacar rendimiento a nuestras elecciones. Así que en ambos casos (psicología y economía) se trata de determinar el valor de las decisiones dependiendo del momento en que se toman. En Quo escribimos al investigador, esperamos cinco días y obtuvimos resultados.
La Universidad de Iowa descubrió que la paciencia es un cupo que se agota, no es una habilidad del todo controlable
Nos aclaró por qué el término paciencia no es preciso cuando se trata de animales: “La paciencia es la habilidad psicológica para esperar al futuro. Pero aún no sabemos si otras especies cuentan con esa capacidad. Solamente podemos medir sus elecciones en escenarios que prometen una futura recompensa”, nos contó.
Su experimento consistió en entrenar a ejemplares de 13 especies diferentes de primates para que supieran que cuanto más esperasen, más comida obtendrían, para sopesar cuánto eran capaces de aguantar. Los más pacientes resultaron ser los chimpancés (dos minutos) y los menos, los lémures negros (15 segundos).
Las conclusiones son varias y complejas, pero dejan ver algo bastante lógico: que el tamaño del cerebro y, por lo tanto, sus capacidades cognitivas, tiene bastante que ver con la disposición a esperar un momento mejor, un resultado con mayores réditos de supervivencia (léase también el cuadro de la página de la derecha). Pura evolución.
Pero no hay que fiarse solo de cómo los primates se comportan ante la comida, porque “alimentarse es un problema crucial para el que ellos tienen adaptaciones especiales”, comenta Stevens. Por ejemplo, la espera para aparearse se rige por otros tiempos, y está relacionada con la esperanza de vida.
¿Prisa para todo?
Es decir, la prisa que se dan en comer puede no contaminar otros aspectos de su comportamiento, como la paciencia para acechar una presa. Lo que subyace detrás de todo es la percepción del tiempo que tiene cada especie o individuo. Antonio Cano, presidente de la Sociedad Española de la Ansiedad y el Estrés, lo explica así: “Depende de la cantidad de cambios que somos capaces de percibir. Los hiperactivos están pendientes de más estímulos y notan más cambios; pero los pacientes se concentran más y notan menos el paso del tiempo”.
Esa avidez por captar estímulos se puede medir en la mirada, según una investigación publicada en enero en The Journal of Neuroscience. El equipo de Reza Shamehr descubrió que la gente más impaciente mueve los ojos más rápidamente. Además, es algo que se observa en enfermos mentales que no dominan la componente temporal, como les ocurre a los esquizofrénicos. Claro, que todo es moldeable e, igual que la paciencia puede (y debe) entrenarse, hay modos de engañarla.
Los clientes de atención telefónica cuelgan mucho menos si se les dice qué tal va su trámite
Un buen truco es dar información al que espera de qué tal va “lo suyo” mientras llegan los resultados. Lo midió en un estudio sobre atención telefónica de la Booth School of Business de Chicago que quería saber por qué la gente cuelga en medio de los procesos de espera, aunque se esté resolviendo su problema. El trabajo analizó 1,3 millones de llamadas, y sacó la conclusión de que aquellos a quienes se indicaba a cada paso qué se estaba haciendo por su causa aguantaban más; a quienes solo se les ponía música y/o mensajes automáticos, desistían mucho antes, aunque el proceso fuera a resultar más corto.
A su vez, la percepción del tiempo tiene que ver con los ritmos fisiológicos de cada uno. Es algo con lo que se comenzó a teorizar en 1994 en EEUU. Los investigadores Tobin y Logue pensaron que el ritmo al que cada especie metaboliza el alimento tiene que ver con su disposición a esperar. Jeffrey R. Stevens, que ha continuado por esa senda, lo explica llanamente: “Cuanto más rápido se te acaba el combustible, menos estás dispuesto a esperar”.
Se sabe que los organismos más pequeños tienen una tasa metabólica más alta. Eso, y no solo su inteligencia, explicaría por qué un lémur negro no es capaz de esperar a que llegue más comida. Todo ello, con matices, pero (y esto es cierto) al científico le entró la prisa y no nos contó más.