El excelente estado de conservación del zapato de cuero más antiguo que se conoce hizo pensar a los arqueólogos que lo encontraron en una cueva de Armenia que su edad no iría más allá de los 700 años. Pero al escarbar un poco los restos de hierba que albergaba, tuvieron que retroceder hasta llegar hacia el 3500 a. C. Debió de pertenecer a un individuo con una talla 37, un patrón muy actual, pero habría que hurgar más en los detalles para saber si pudo tratarse de un accesorio meramente funcional o si su propietario daba ya alguna señal de coquetería similar a la que nos provoca hoy el calzado, y que nos lleva a acumular veinte pares en el armario.
El incombustible zapato es solo una muestra de cómo las pistas de los arqueólogos a partir de los hallazgos de objetos que pertenecieron a nuestros ancestros están permitiendo revisar la evolución del comportamiento humano. Porque resulta que el germen de ciertas flaquezas y habilidades pudo estar en los homínidos más lejanos. Y actitudes tan presentes hoy como la codicia, la tacañería y la rivalidad puede que existieran indefinidamente, como si formasen parte de nuestro ADN más atávico.
¿Cuándo empezamos a acumular cosas en propiedad?
Así lo atestiguan los fósiles de objetos usados por nuestros antepasados que se van encontrando y que hacen suponer que con ellos nació hace miles, millones de años, el concepto de la propiedad.
Al menos en un estado muy rudimentario, porque una vez usados, estos objetos se desechaban. De ello dan fe las primeras herramientas Oldowan, piedras golpeadas con otras rocas para crear un borde afilado, que podrían tener 1,7 millones de años. Entonces, el planeta estaba habitado por el Homo ergaster, y las lascas podrían enmarcarse en un entorno social protector y complejo, algo imprescindible para la reestructuración cerebral. Según la arqueóloga Sally Mc Brearty, de la Universidad de Connecticut, la fabricación de flechas y lanzas requería una dedicación en tiempo y esfuerzo, por lo que es lógico que pudiesen pertenecer a un único cazador.
El hombre comenzó a acumular objetos y alimentos para prevenir la escasez futura
El registro arqueológico de Atapuerca aporta también datos de las sociedades del Pleistoceno, según describe Francisco Javier Marcos Saiz, miembro del equipo de investigadores de dicho yacimiento: “Cazadoras-recolectoras, con cierto sentido de la territorialidad, organizadas en bandas familiares, con un alto componente de movilidad según la estacionalidad de los recursos y los diferentes ecosistemas, y con una organización social comunitaria, igualitaria (sin propiedad privada), sin jerarquías sociales y sin desigualdad, y una redistribución equitativa de los recursos”.
Aunque, a medida que avanza la Prehistoria, el modo de vida, con mayor complejidad socioeconómica, sentido de la territorialidad y jerarquización social, impone una nueva relación con lo material. Más allá del deseo de acumular estaba la necesidad de minimizar los riesgos frente a desastres ambientales y otras amenazas. De ahí la exigencia de almacenar excedentes, domesticar animales y entablar relaciones vecinales.
Pero si el afán de poseer tiene razones evolutivas tan arraigadas, ¿cómo y cuándo ocurrió ese paso de humildes primates, sin más patrimonio que una lanza, a insaciables avaros? ¿Qué nos ha llevado a acumular mucho más de lo que necesitamos? ¿Cómo es posible que un ciudadano europeo necesite cinco pares de zapatos cada año mientras 500 millones de personas caminan aún descalzas?
La respuesta no la tiene la arqueología, pero sus descubrimientos sí permiten establecer una secuencia bastante precisa de la vida en el planeta hasta dar con el origen de la relación que tiene el ser humano con las cosas. Una pista lleva a una idea, igual que la huella genética de un piojo ha permitido comprobar que hace 70.000 años nuestros antepasados ya se atusaban y se cubrían de ropaje. Y si ya había ropa, las herramientas eran más complejas… Saltando un inmenso peldaño en el tiempo, encontramos que hace solo unas semanas la diseñadora coreana Woo Youngmi insistía en esta misma reflexión: “A medida que un país prospera, crece el interés del hombre por vestirse”.
La primera sala de audiencias
“Sin esa cultura material sería difícil entender la complejidad de las sociedades que vinieron después”, dice el investigador Vicente Lull, de la Universitat Autònoma de Barcelona, mientras su equipo se afana por conferir individualidad a cada uno de los fósiles encontrados en el yacimiento de La Almoloya, en la localidad murciana de Pliego. Pertenecen a un palacio y un rico ajuar funerario de la Edad de Bronce, y permiten reconstruir cómo transcurría la vida en la sala de audiencias de este recinto político, seguramente el primero construido en la Europa continental.
“Se trata de descubrimientos únicos”, insiste Lull, “que suman a su valor intrínseco el hecho de estar perfectamente contextualizados y cuya conservación y estudio son totalmente necesarios, ya que La Almoloya encierra muchas otras incógnitas”.
Pero si hay un lugar que aún puede deparar muchas más sorpresas y dar cuenta de esa evolución del comportamiento humano, es la Sierra de Atapuerca, una de las zonas más intensamente ocupada desde hace más de un millón de años. Aquí se han encontrado los restos más antiguos de homínidos en Europa, una mandíbula de 1.200.000 años, y otros datos interesantes, como que hace 1.400 millones, algún espécimen del género Homo ya usó una lasca de sílex de tres centímetros que correspondería a un cuchillo tallado.
Las herramientas más antiguas encontradas quizá pertenecieron a un único cazador
El gran reto sería, según el investigador Marcos Saiz, localizar restos óseos de neandertales y documentar los últimos cazadores-recolectores del Pleistoceno Superior (Homo sapiens). “Si en el futuro se descubriesen restos de neandertales de esa era (de 126.000 a 30.000 años, según la extinción de estos) y de Homo sapiens desde el Paleolítico Superior (40.000 a 5500 a. C.), tendríamos en Atapuerca la secuencia continua desde el final del Pleistoceno Inferior, con cuatro especies humanas distintas”.
Atapuerca ya es “per se” un lugar único y un referente a nivel internacional para el estudio de la Prehistoria, pero en el caso hipotético de detectar esta secuencia con cuatro especies, nos encontraríamos frente a un acontecimiento científico del todo excepcional.
Habría entonces una razón más para aquello de recordar lo que fuimos para entender lo que somos.