Si me duele la cabeza no tomo ni un paracetamol”, dice Sara Encina, una enérgica auxiliar de enfermería de 32 años, ojos claros, talla menuda y sonrisa perenne. “Mucho tengo que sufrir para recurrir a los fármacos, no me gusta tomar mucha medicación”, precisa sentada a una de las pocas mesas libres de la cafetería del Hospital Rey Juan Carlos de Madrid, durante un descanso de su trabajo en el Servicio de Cirugía maxilofacial del centro. Piensa un instante en el dolor permanente que la acompaña hace tiempo, más controlado últimamente, y añade: “Ibuprofeno, si acaso”.
Su afirmación no sorprende. El fármaco, que se comercializa en pastillas, cápsulas, spray, gel, crema, supositorios, sobres granulados y para uso intravenoso en hospitales es una tabla de salvación que se ha hecho un hueco en todos los botiquines. Se utiliza para aplacar dolores articulares, lumbares y menstruales, se recurre a él para calmar el daño infligido por pequeñas heridas, para desactivar la inflamación muscular y para aliviar los síntomas de la gripe. Y funciona muy bien. Mejor de lo que Sara piensa.
Existen más de cien fármacos que contienen ibuprofeno, y hay personas que toman dosis dobles porque no los distinguen
La joven lo toma para aliviar los rejonazos que comenzó a sufrir hace un par de años, consecuencias de una tensión muscular irritantemente pertinaz. “Empecé a notar que me dolía mucho la mandíbula, que apretaba mucho los dientes por las noches, era un dolor constante que se hacía muy fuerte cuando comía o cuando hablaba, si me reía mucho tenía que masajearme… hasta al bostezar me daba un latigazo”, recuerda.
La fuente de su martirio está en los músculos asociados a la articulación que une la mandíbula al cráneo –conocida como temporomandibular–. Es habitual; alrededor del 15 por ciento de la población lo conoce, y es tres veces más frecuente en mujeres que en hombres.
Los neurólogos, los rehabilitadores y los traumatólogos derivan a los pacientes que lo sufren a consultas como la del centro madrileño donde Sara da apoyo a doce cirujanos. No hay un procedimiento estandarizado para ellos; se les trata con fisioterapia, se les proporciona una férula de descarga, se les somete a cirugía, se les receta relajantes musculares, analgésicos… incluso se les recluta para hacer ensayos clínicos.
Confusión con la dosis
“No se me quita con nada”, se quejó Sara una mañana a la cirujana Lorena Pingarrón, sin sospechar que su compañera abriría una puerta importante para aliviar su dolor y, de paso, enseñarle a usar mejor el ibuprofeno. Una compañía farmacéutica planeaba probar una combinación del medicamento con magnesio y vitamina C en cuatro hospitales españoles. Había planificado un pequeño ensayo de 98 pacientes con el problema de Sara, y Pingarrón iba a ser la investigadora principal. No le costó reclutarla.
Durante el ensayo, que duró una semana, ninguna de ellas sabía qué estaba tomando, si ibuprofeno solo, si una mezcla de magnesio y vitamina C, si todo lo anterior junto o solo un placebo. Este desconocimiento es básico en los ensayos clínicos doble ciego, pues asegura que los participantes no sesgan los resultados.
“No sé la medicación que me tocaría, no sé si era placebo, pero yo lo noté, desde luego que sí, noté una mejoría, alivio”, asegura la joven. Y añade: “Si me dices que he tomado ibuprofeno de 400 miligramos mezclado con vitamina C y que hace que tenga más efecto o vaya más rápido, te creería. Pero me costaría un poco aceptarlo porque siempre he tomado el de 600… me sorprendería”, reconoce. “Y creo que seguiría tomando el de 600”, concluye.
Mala idea. Había tomado ibuprofeno de 400 miligramos. Es suficiente para ser efectivo y lo justo para minimizar los efectos secundarios de este fármaco, que van desde el daño renal y gástrico hasta el cardíaco. El riesgo más común, que es frecuente, grave y depende de la dosis, es la hemorragia digestiva. En el peor escenario posible, te juegas la vida.
Pendiente de estudio
El interés científico por los antiinflamatorios no esteroideos (AINE), la familia de fármacos en la que se encuadra el ibuprofeno, no ha parado de crecer desde que el medicamento se ensayó como alternativa a la aspirina en el tratamiento de la artritis reumatoide, en 1966. Un año después se publicó un estudio; el año pasado se publicaron 665 artículos relacionados con el ibuprofeno.
El crecimiento de la investigación ha estado acompañado de nuevos usos y ha desembocado en la comercialización de novedosas formulaciones; en España ya pueden adquirirse más de cien referencias, entre el principio activo y los productos que lo combinan con otros, entre los que destacan los formulados para mitigar los síntomas del resfriado.
Y los estudios siguen avanzando en el terreno de los riesgos. La última revisión que la Agencia Europea de Medicamentos hizo de los ensayos clínicos, los estudios del uso del medicamento y los metaanálisis que evalúan las investigaciones, publicada en 2015, señala que la dosis recomendable sin supervisión médica no debe exceder los 1.200 miligramos al día.
Esta cantidad no se asocia a un incremento de riesgo cardiovascular, aunque la cautela es obligatoria: un artículo publicado este año en la revista British Medical Journal concluyó que el riesgo de infarto de miocardio aumenta con cualquier dosis, si mantiene durante una semana o más. La recomendación también enfatiza que más de 2.400 miligramos al día están relacionadas con un riesgo mayor de trombosis arterial y que es posible que el efecto cardioprotector de la aspirina se reduzca con la administración continua y regular de ibuprofeno.
No parece que el mensaje haya calado. La libre dispensación del ibuprofeno solo se aplica hasta los envases de 400 miligramos; el de 600 debe venderse con receta médica, “pero la realidad es que es rara la farmacia en que te la piden”, asegura la integrante del grupo de Gestión del Medicamento de la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria Laura Aliaga. Eso sí, la frecuencia con la que se transgrede la norma varía entre autonomías.
En cualquier caso, Aliaga no es la más adecuada para cuantificar el mal uso. “Quien viene a consulta ya está dando un paso muy importante”, argumenta. Su colega Pedro Ibor, que es coordinador del Grupo de Dolor de la misma sociedad científica y que apunta que en torno al 40 por ciento de las personas que recurren a un AINE (antiinflamatorio no esteroideo) se automedican, sí recuerda casos llamativos. La venta libre del ibuprofeno genérico, de marca y de medicamentos que lo combinan con otros principios activos, favorece peligrosas confusiones. “He visto a pacientes que ingieren dosis dobles porque están tomando dos pastillas distintas de lo mismo”, dice. Y eso no es lo peor.
Profilaxis peligrosa
“En el manejo del dolor, antes había un sentimiento más de padecerlo, de sufrirlo, que en los últimos diez o quince años ha dado paso a la idea de que hay que intentar evitarlo”, explica Ibor. De hecho, el ibuprofeno se utiliza“en el 80 por ciento de los casos como analgésico”, añade.
La oferta de una barra libre de analgesia es un riesgo a tener en cuenta. “Empiezas tomándote un café con dos cucharadas de azúcar y esa pastilla de ibuprofeno de 600, eso te lleva a añadir el omeprazol para proteger el estómago, y el antihipertensivo porque no sabes por qué la tensión no está controlada…”, dice la cirujana maxilofacial que incluyó a la joven con dolor temporomandibular en un ensayo clínico, Lorena Pingarrón.
Crecen los compuestos para sanos, con vitaminas y antioxiantes
Parece mentira, pero algo similar está sucediendo entre personas tan sanas como los aficionados al deporte, un nicho de mercado al que se orienta ahora el fármaco que tan buen resultado dio a la joven Sara Encina. El magnesio de este comboprofeno es un relajante muscular y la vitamina C, un antioxidante que favorece la generación natural de colágeno en el cartílago de las articulaciones. Por eso es un producto perfecto para los aficionados al running y ahora está probándose en 70 personas que no suelen hacer deporte, perfectas para los investigadores responsables de inducirles agujetas.
Un uso racional y puntual del fármaco no debe preocupar, pero usarlo para evitar agujetas sí es preocupante. “El deporte consiste en desarrollar hábitos de vida, y si usas un antiinflamatorio como profiláctico estás haciendo que, a largo plazo, se generen efectos secundarios como gastritis o úlceras”, advierte Pingarrón, aficionada a los maratones.
“Si tu interés primordial es poder participar en una competición evitando el dolor y no te importan las consecuencias, te irá bien, pero una persona que practica deporte para divertirse o que depende de tomar ibuprofeno para hacer una prueba no puede justificarlo de ninguna manera”, añade Pedro Tauler, investigador responsable del Grupo de Evidencia, Estilos de Vida y Salud de la Universidad de las Islas Baleares.
Tauler ha estudiado el consumo de ibuprofeno en la prueba conocida como Ultra Mallorca Serra de Tramuntana, en la que los atletas cubren hasta 112 kilómetros con un desnivel de 4.450 metros. De los 238 participantes en el estudio, el 48,3 por ciento contó con la ayuda de algún AINE para completar la prueba. Casi todos ellos recurrieron al ibuprofeno. Este hábito dificulta la creación de músculo y provoca que cada vez se necesite una dosis mayor. Y eso multiplica los riesgos de los atletas de fin de semana. “Ciertos daños se pueden ir acumulando”, advierte.