Mademoiselle Doumayrou patentó el parabrisas, pero registró el invento como accesorio de belleza femenino
Gracias a mademoiselle Doumayrou hoy todos los automóviles de serie del mundo tienen parabrisas. Doumayrou no era piloto, pero sí muy coqueta. Tanto, que le fastidiaba enormemente que el maquillaje y el peinado se le arruinaran cada vez que montaba en coche. Así que a finales del XIX, en 1892, ocho antes de que empezara el siglo XX, inventó y patentó el primer parabrisas de la historia. Era un artilugio que no formaba parte del coche, sino que el usuario se lo llevaba a casa después de casa trayecto. La dama lo quitaba y lo ponía cuando iba a viajar y así podía realizar sus desplazamientos sin despeinarse.
El fastidio de mademoiselle Doumayrou era bastante lógico teniendo en cuenta que los primeros coches de la historia eran descapotables. Además, el automóvil era una forma bastante lenta de transporte personal y protegerse del aire no parecía muy necesario. Unas gafas eran suficientes para protegerse del viento, polvo y de las piedras que podían saltar de los caminos.
Por los pelos
Pero parece que lo de las gafas tampoco convencía a Doumayrou porque arruinaba su peinado, así que ideó un artilugio, lo que hoy conocemos como parabrisas. Y, a diferencia de otros inventos del automóvil, que nunca fueron registrados por una persona concreta, ella sí lo patentó. Curiosamente, no lo registró en el epígrafe de complementos para el automóvil, sino en el de accesorios de belleza porque todavía no se había descubierto lo útil que podía ser el parabrisas en materia de seguridad. El éxito fue total y casi todos los fabricantes empezaron a montarlos en sus coches, pero más por conquistar al público femenino que por otra cosa.
Poco a poco los coches empezaron a ser más veloces y la seguridad entró en juego. Lo que era un complemento de belleza pasó a ser un elemento indispensable del automóvil cuya la función principal de proteger a los ocupantes del vehículo de cualquier posible peligro en la carretera.
Parabrisas abatibles
A principios del siglo XX los parabrisas estaban compuestos por dos hojas de cristal horizontales abatibles que, cerradas, protegían a los ocupantes del polvo y las chinas del camino. Pero lo que parecía un elemento de seguridad, se terminó convirtiendo en un peligro para los ocupantes del coche. Cuando había un accidente, las lesiones por los cristales rotos eran terribles porque todavía no se habían inventado los cristales laminados.
El nacimiento del primer automóvil en serie de la historia, el Ford T, a principios de los años 20 del siglo XX desató la fiebre por el automóvil. Ya no se trataba de vehículos artesanales y limitados a pequeñas series, sino de producción en serie y de la necesidad de encontrar una solución a los cortes que producían los cristales de aquellos primeros parabrisas. Fue la casualidad quien dio la respuesta.
Un invento accidental
El mundo del automóvil le debe mucho a Edouard Benedictus (1878-1930). Se hallaba en su laboratorio este químico francés cuando se precipitó al suelo un frasco de vidrio con una solución de celuloide. El recipiente debería haberse roto, pero no lo hizo. Benedictus acababa de dar con la clave del cristal laminado, es decir, dos capas de vidrio con una de celulosa entre ellas.
El cristal laminado fue incorporándose progresivamente a todos los parabrisas que se han ido produciendo a la largo de la historia, pero ninguno de ellos hubiera sido posible si una mujer, con su coquetería, no hubiera patentado el primer parabrisas de la historia… aunque lo llamara accesorio de belleza.