El Dr. Tetsuro Matsuzawa lleva 37 años observando de cerca a chimpancés. “He estado en África estudiándoles en libertad desde 1986. Voy todos los años a la Guinea Francesa. Allí viven en un hermoso bosque…”. Además, Matsuzawa dirige uno de los institutos de primatología más importantes del mundo, en la Universidad de Japón, y esta mañana ha presentado en la sede de la Fundación Biodiversidad de Madrid su trabajo principal: «Evolución de la mente humana vista desde el estudio de la mente de un chimpancé». ¿Objetivo? Entender humanos estudiando a los monos. No es descabellado.
Su principal trabajo de laboratorio lleva nombre de mujer: Proyecto Ai. “Es un nombre común en Japón, Ai significa amor” , y así es como se llama la hembra adulta de chimpancé que protagoniza los estudios de Matzuzawa. Primero vino Ai, y después su cría, Ayumu, que entra y sale de la jaula laboratorio cuando quiere.
“Anteriormente separábamos a las crías de las madres para estudiarlas. Pero yo creo que esto no es ético. Ahora no les separamos, trabajo con la madre con Ayumu presente, desde su nacimiento hasta hoy”.
Ai llegó al laboratorio de la Universidad de Kyoto en 1977, cuando tenía 1 año, y Matsuzawa tenía 27. Desde entonces, ha estudiado las habilidades comunicativas de Ai, qué tal va con las matemáticas (conceptos numéricos) y hasta dónde llega su memoria. Iniciada en 1978, esta es una de las investigaciones en curso sobre inteligencia en chimpancés más duradera.
En busca de explicar la mente humana, Matsuzawa se fijó en un rasgo simple: Los monos rara vez se miran a los ojos; para ellos suele ser un signo de hostilidad.
El nacimiento de Ayumu y otros dos bebés en el Instituto de Investigación de Primates le dio la oportunidad de observar a diario a madres e hijos. Encontró que, además de no mirarse a los ojos, los bebés chimpancés se aferran a su madre para no caer. “Tienes cuatro manos para agarrarse, porque viven en los árboles. Si sueltas la mano te caes al suelo. Sin embargo, los bebés humanos están tranquilos tumbados sobre la espalda. No van a caerse. Y esto permite la comunicación cara a cara con la madre”.
Esa postura del bebé tumbado favorece que nos miremos a los ojos, pero, paradójimante, también es la razón de que nos sintamos más solos.
“Solo los bebés humanos lloran por la noche. No he visto jamás llorar a los bebés de chimpancé. Nunca lloran. No tienen motivo, la madre siempre está cerca. Si tienen hambre, buscan el pezón y lo encuentran. En el caso de los humanos, la madre está separada físicamente y tienen que captar su atención, por eso lloran. Ese tipo de intercambio bucal, entre el llanto y la respuesta de la madre cuando se acerca, fue lo que a mi modo de ver dio como resultado el lenguaje”.
Tenemos cerebros más grandes y complejos, lenguaje, herramientas sofisticadas, el control del fuego… Pero, por encima de todo, “la imaginación es para mí la base de la mente humana. No podemos ver la mente de los otros, pero podemos imaginarla, entenderles y colaborar. Compartir es algo único en nuestra especie”, dice Matsuzawa.
“Los chimpancés tiene algunos comportamientos de colaboración espontáneos. Por ejemplo, he visto cómo una madre tiende la mano a su cría para ayudarle a cruzar a una rama difícil. He visto “echar una mano” de forma altruista de madre a hijo, pero al revés, de hijo a madre, no lo he visto nunca”.
La imaginación, según Matsuzawa, establece la principal frontera Humano-Chimpancé. “Los chimpancés viven en el presente, nosotros tenemos futuro y pasado, pensamos en las personas que ya no están aquí, y nos planteamos qué será de nosotros mañana. Ellos viven el aquí y el ahora, así que no tienen ansiedad por sus futuros…”. Podría parece triste para nuestra especie. Pero Matsuzawa nos salva: “Nosotros tenemos esperanza”.
Lorena Sánchez Romero