El pasado 18 de marzo, la sonda Messenger, lanzada por la NASA en 2004, entró en la órbita de Mercurio para comenzar un año de intensa observación. Sus datos arrojan ahora las primeras conclusiones, agrupadas en un dossier de siete estudios publicados en la revista Science.

El estudio dirigido por James W. Head, de la Universidad Brown de Providence (EEUU), precisa que las llanuras del norte del planeta se formaron por ríos de lava y rocas volcánicas, que ahora ocupan un 6% de su superficie y alcanzan unos 2 kilómetros de espesor en algunas zonas. El descubrimiento de largas grietas de hasta 25 kilómetros de ancho hace pensar que el material brotó por ellas, aunque muchas habrían quedado cubiertas por la propia lava solidificada.

La superficie de Mercurio presenta también unas formaciones en el paisaje desconocidas hasta ahora, que David Blewett del Laboratorio de Física Aplicada (APL) de la Universidad Johns Hopkins, define como “unas depresiones pequeñas, no muy profundas e irregulares, que a menudo aparecen agrupadas”. El equipo de Blewett las ha bautizado con el término inglés hollows, (hondonadas) y considera que podrían seguir formándose en la actualidad. En las imágenes aparecen muy brillantes y de un color más azul que el resto de Mercurio.

El suelo mercuriano contiene más potasio del que se pensaba y más azufre que la Tierra o la Luna. Además, a partir del análisis de elementos químicos radiactivos, Patrick Peplowski, también del APL de la Johns Hopkins, ha comprobado que el interior del planeta emite menos calor del que se había deducido de cálculos anteriores.

En cuanto a la magnetosfera que rodea a Mercurio, ya se sabía que es muy débil y le ofrece muy poca protección ante el viento solar. Ahora, el equipo de Thomas Zurbuchen, de la Universidad de Michigan (EEUU) ha observado cómo se forman los iones (partículas con carga eléctrica) de sodio que se acumulan cerca de los polos del planeta, y ha descubierto que siguen un proceso muy similar al que genera las auroras boreales de los polos terrestres.

Pilar Gil Villar