Es lógico que los animales tengan su propia estrategia a la hora de sedudir y copular. Los machos de las jirafas, por ejemplo, beben la orina de las hembras para saber si están en celo. Las ratas almizcleras (Ondatra zibethicus) se aparean bajo el agua y los taquiglósidos o equidnas, tienen penes de cuatro cabezas.
Entre todo este zoo, nunca mejor dicho, hay espacio para mucha promiscuidad evolutiva.
Cuestión de piel
Las hembras de calamares no tienen vaginas y coincidentemente la mayoría de los machos no tienen un pene lo suficientemente largo como para servir para algo. Aunque no se sabe si fue primero el huevo o la gallina, en este caso, la evolución ha adoptado una estrategia sexual extraña. A la hora del sexo, los calamares machos usan sus tentáculos para lanzar esperma a las hembras. Cuando estos llegan a “destino”, se anclan a la piel de la hembra y esta libera una hormona que disuelve su piel y permite que el esperma se introduzca en su torrente sanguíneo.
Un parásito sexual
¿Recuerdas aquel pez, en Buscando a Nemo, que vivía en las profundidades y tenía una suerte de luz en la cabeza? Pues es un miembro de los Lophiiformes, al que también pertenece el rape. Se trata de peces que viven a grandes profundidades, más de 800 metros, donde el alimento y la luz son escasos. Y el sexo muy raro. Ese pez, con “el farolillo”, es la hembra. El macho es mucho más pequeño. Tanto que a la hora de la cópula (si podemos llamarla así), el macho pega sus labios al vientre de la hembra con sus labios en el vientre. Esto será lo más cercano al sexo que experimente el macho de esta especie. A partir de este momento, la piel del macho se fusiona con la de la hembra, sus órganos principales se disuelven, se le caen las aletas y la sangre que circula por su cuerpo, es la de la hembra. Al final de este proceso, el macho es apenas un par de testículos que producen espermatozoides según la hembra requiera.
Explosión demográfica
En el mundo de las abejas, la miel es lo único dulce. El resto es de un sabor amargo. Si la abeja reina vive para parir y producir jalea real, los machos reproductores no lo pasan mucho mejor.
Durante la cópula, cuando el macho está listo para inseminar a la reina, sus testículos explotan, literalmente y muere. Así de sencillo. Si la pregunta es ¿por qué la evolución le hizo eso a estos insectos?, la respuesta es lógica. La explosión de los testículos mata al macho pero en compensación deja su pene en el interior de la hembra, impidiendo que otros machos busquen sexo con esa hembra.
Un mundo feliz
Esta es una lagartija Aspidoscelis neomexicanus. Habita el suroeste de los Estados Unidos y México. Y todas ellas son hembras. De acuerdo con un estudio publicado en Nature, la especie resultó de una hibridación de otras dos especies: A. inornatus y A. tigris lagartos. Para reproducirse, en lugar del sexo convencional, recurren a la partenogénesis. Pero con una ventaja: las hembras de esta especie tienen el doble de cromosomas que otras especies de lagartos con machos y hembras, y esto les permite mantener su diversidad genética. “A pesar de que solo son hembras y no necesitan machos para reproducirse, mantienen relaciones sexuales simuladas – explica Jennifer Verdolin, experta en etología –. Y aquellas que lo hacen con más frecuencia, tienen más crías”.
Juan Scaliter