Si contamos el tiempo que llevamos sobre la tierra, lo cierto es que la mayor parte del tiempo, no ha habido agricultura. De los tres mil quinientos millones de años de vida en el planeta Tierra, tan solo los últimos 10.000 han presenciado la progresiva domesticación de algunas especies vegetales para su explotación por parte de otra especie. Pero incluso esta reciente fecha puede resultar engañosa. Desde su primera aparición, en el Fértil Creciente -la zona entre el Tigris y el Éufrates, en el Irak actual- su expansión por el globo tomó un largo tiempo.
Hace más de cien años que los científicos debaten sobre la biografía de esta idea. ¿Qué sucedió: fue la agricultura una idea que fácilmente saltó de una a otra mente, desde sus zonas de origen hasta la práctica totalidad del planeta o fueron los propios agricultores los que conquistaron nuevos territorios desplazando a la población local?
En tiempos recientes, la discusión ha pasado de los registros arqueológicos a poder echar mano de la genética y, con ella, han habido grandes cambios. Fruto de los estudios de ADN mitocondrial, la hipótesis favorecida era la de la sustitución, es decir, la de «de fuera vendrá quien de casa te echará.» Sin embargo, los datos no eran lo suficientemente sólidos como para dibujar una imagen clara de qué sucedió en el paso del mesolítico al neolítico, de la caza-recolección a la agricultura, al menos en el norte de Europa.
Un artículo que se publica esta semana en la revista Science resuelve nuestras dudas: efectivamente, de fuera vinieron que de casa nos echaron… o, debiéramos decir, «de fuera vinimos y de casa los echamos.»
«Hemos podido demostrar que la variedad genética de los europeos actuales se vio fuertemente afectada por los agricultores inmigrantes de la Edad de Piedra, a pesar de que una cierta cantidad de genes de los cazadores-recolectores [originales] todavía está presente» comenta el profesor Anders Götherström del Centro de Biología Evolutiva quien ha llevado a cabo el estudio junto al también profesor Mattias Jakobsson en una colaboración entre la Universidad de Estocolmo y la de Copenhage.
Es decir, que las conclusiones principales del estudio son dos: los agricultores presentes en el norte de Europa hace unos 5.000 años -momento en el que la agricultura llega allí- son genéticamente parecidos a los pobladores originales del sur del continente -Chipre, Grecia- y muy diferentes de los cazadores-recolectores originales del lugar, cuya herencia genética todavía puede encontrarse, aunque seriamente fragmentada, entre las poblaciones nórdicas actuales. Tras mil años de convivencia de los dos grupos, genéticamente diferentes, los ya no tan recién llegados agricultores absorbieron a los cazadores-recolectores.
Para llevar a cabo este estudio, los científicos han analizado casi 250 millones de pares de base extraídas de cuatro esqueletos -tres de cazadores-recolectores y uno de un agricultor- de humanos que vivieron en la actual Suecia en la Edad de Piedra, hace unos 5.000 años. Los resultados de la secuenciación se han comparado con más de mil individuos actuales de diferentes orígenes étnicos.
Algo interesante también es que, cuando se ha estudiado la genética del agricultor, los científicos lo han podido relacionar más íntimamente con los europeos del sur que con poblaciones levantinas. Lo que esto significaría es que, primero, la agricultura fue adoptada por poblaciones de ésta región y luego sus pobladores se desplazaron hacia el norte del continente, siguiendo el curso del Danubio, en lugar de ser los grupos que siguieron las costas del Mediterráneo.
Existe otro aspecto, relacionado aunque diferente, de la sustitución de unos por otros con la llegada de la agricultura. Éste es el de los cambios genéticos que influyeron, que incluso hicieron posible, tal vez, la adaptación a la revolución agrícola y, con ella, la aparición de las primeras civilizaciones**.
Carles Lalueza, director del Paleogenomics Lab del Instituto de Biología Evolutiva del CSIC-UPF, en España, nos cuenta que, de hecho, este artículo apunta a lo que será el futuro de la investigación en el pasado: el uso de técnicas de secuenciación de ADN genómico antiguo.
«Creo que es evidente que el [ADN] mitocondrial ha llegado hasta su límite y que, para entender cuestiones más profundas sobre la población de los últimos 40.000 años, tenemos que recurrir a la genómica.»
Carles está interesado en los cambios genéticos que pudieron haber hecho posible el éxito de los agricultores del sur: «Tuvo que haber implicados numerosos cambios genéticos en aspectos relacionados con el metabolismo, la dieta, la inmunidad y, puede que también, en aspectos cognitivos.» Una de las ideas más provocativas que nos lanza el Dr. Lalueza es que aunque «los cambios genéticos no los conocemos porque, sencillamente, los genomas mesolíticos han desaparecido […] en el neolítico no solo se domestican animales sino también las poblaciones humanas, que tienen que vivir en sociedades cooperativas, sedentarias y jerarquizadas. Puede que nuestro cerebro no sea exactamente igual que el de un cazador mesolítico.»
«Los resultados de Skoglund y colaboradores indican una llegada de genes desde el Próximo Oriente y una asimilación parcial de los cazadores-recolectores pero solo lo han hecho con muestras de Escandinavia y para el período neolítico. Hará falta [secuenciar] más pero estoy seguro que en unos años tendremos decenas de genomas completos (no parciales, como éstos) de la prehistoria de Europa.» Por el momento, uno de los factores limitantes en el progreso de estas investigaciones es lo extremadamente caro que resulta trabajar y obtener buenos resultados, sin contaminaciones, con ADN antiguo humano.
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Redacción QUO