Hace unos 12.500 años, una estrella situada a 5.500 años luz de nosotros comenzó su agonía cuando sus capas más externas reventaron por la acción de los vientos solares, alejándose hacia el espacio. Se formó así la nebulosa Abell 30, que continuó su proceso de extinción hasta que, sorprendentemente, hace unos 850 años experimentó un nuevo brote de actividad.
Violentas explosiones lanzaron cúmulos de helio y materiales ricos en carbono, que volvieron a condensarse al cabo de 20 años. De esta forma avivaron el viento solar, que se aceleró hasta los 4.000 km por segundo y logró alcanzar los materiales de la primera explosión. El espectáculo ha sido detectado por los telescopios terrestres y, según M. A. Guerrero, podría adelantarnos el futuro de nuestro Sol.
Pilar Gil Villar