Ese gran hombre del siglo XX que fue Louis B. Mayer, uno de los fundadores del mítico estudio Metro Goldwyn Mayer, acuñó la frase “más estrellas que en el cielo” para referirse a su pléyade de actores y actrices en el Hollywood de los años treinta. Eran años de depresión económica, a los que hoy día nos referimos para intentar aceptar la magnitud de la que ahora vivimos. Mayer, brillantemente, retó al mismísimo cielo. Hoy, más a oscuras, la Luna conquistada, Marte explorado, regresamos a las estrellas para aliviarnos, volver a soñar, anhelar un nuevo destino.

Todos tenemos una estrella favorita. La mía, confieso, es Mickey Mouse. He vivido de todo con él, desde el asombro infantil al miedo en la maravillosa Fantasía, donde hace de aprendiz de brujo y lleva una varita mágica adornada, por supuesto, con una estrella. Y también tenemos estrellas que han simbolizado un sueño, como la estrella roja en la boi­na verde de Che Guevara, hasta diseños legendarios que son recordados gracias a una estrella, como los Mercedes Benz.

¿Por qué nos fascinan tanto? Con los años he llegado a la conclusión de que es así porque venimos de ellas. Como en la película de Bowie, El hombre que cayó a la Tierra, somos en realidad miembros del cielo que nos antojamos por un planeta y caemos en él para conocerlo, festejarlo, a veces iluminarlo. ¿De qué otra manera podríamos explicar a alguien como Marilyn Monroe, la estrella por excelencia y también la tragedia mas definitiva del siglo XX? Siempre amamos a Marilyn, siempre volvemos a Marilyn. Un documental reciente se nutre de las conversaciones sostenidas con su psicoanalista en los últimos años de su vida. La mujer que allí aparece es una intelectual, un alma creativa, una mujer acostumbrada a leer, a pensar, a reflexionar, que convive con un símbolo sexual, una estrella de cine en una época en que las mujeres desconocían las libertades que traería la lucha feminista.

Una estrella generalmente brilla antes de tiempo. Quizá por eso son fugaces. Pero es la estela lo que permanece, como en el caso de Marilyn –suicida o asesinada– siempre está allí, rutilante, secreta, aún por descifrar. Hollywood ha creado personalidades, dogmas también, sobre todo eslóganes como el que abre este artículo. Un Paseo de las Estrellas que, una vez recorrido, deja un sabor de vulgaridad, falso oropel muy propio de ese lugar en el mundo. A lo mejor es porque hay demasiada gente, a lo mejor porque es un poco triste confirmar que las huellas en ese pavimento verifican que tus ídolos son tan absurdos, propensos a la obesidad y la calvicie como uno mismo. A lo mejor porque en una estrella, la huella de sus manos y sus pies no lo es todo, pero quienes pasan veinte minutos mirando al suelo en esa parte del mundo generan pena, como si no fuéramos capaces de convertir nuestra vida en algo único, apasionante, estelar.
Siempre hay estrellas que mirar. La del uniforme de sheriff agobiado y vilipendiado de Gary Cooper en Solo ante el peligro. Un hombre recto, implacable e impecable que tiene como esposa a Grace Kelly y al que su pueblo se enfrenta, capaz de enlodar y fastidiar. Es esa estrella en su traje lo que le distingue de los demás, viles, anónimos corruptos. Es esa estrella lo que le hace luchar y levantarse del fango. Es esa estrella de sheriff la que muchos niños hemos vestido alguna vez; porque es ella, y no el sombrero, lo que representa la dignidad. Aunque no sea nada Star Wars adicto (la ciencia ficción que me gusta empieza y acaba en Fahrenheit 451), siempre me ha gustado más la estética de los habitantes de la Estrella de la Muerte que los allegados a la Princesa Leia.

Porque es negra, porque tiene esa luz interior que desprende la oscuridad, y ese decorado como de disco post-todo, porque sus diálogos son siempre mas densos, y porque al final Darth Vader y Luke Skywalker son de la misma sangre. Hay estrellas en la oscuridad, desde luego. Si no, que se lo pregunten al propio demonio, que antes de ser castigado por la Iglesia fue Luzbel. Las estrellas son objetos que adornan paisajes de nuestra cultura. La boina del Che, que tenía una clara vinculación con la del Ejército Rojo de Mao. Esas estrellas guiaron masas y revoluciones que luego terminaron traicionándose a sí mismas. El Che, pese a ser el peor ministro de Economía del mundo, no pudo evitar volverse un objeto de consumo. Siempre lo he asociado a Marilyn. Representan mucho más de lo que la vida les permitió ofrecer, y al final parece como si todo eso hubiera su­cedido porque de­jaron un cadáver jo­ven y amplio espacio al mito. De nuevo parece que todas las estrellas buenas son siempre fugaces.

Otra estrella, tan política como religiosa, es la Estrella de David. Siempre me ha fascinado; sencillamente, la en­cuentro más interesante que el crucifijo cristiano. Mapplethorpe, el celebre fotógrafo fallecido a causa del sida, la inmortalizó para toda una generación, a veces sola, otras al lado de él mismo o de su ami­ga Patti Smith. Los nazis obligaban a los judíos a incorporarlas a su indumentaria durante la Se­gunda Guerra Mundial. Do­lor, miseria hu­mana, espiritualidad… es un símbolo que consigue hablar de todo lo que el siglo XX representa. Cuando tenía nueve años atravesé una leve, muy leve, atracción por las estrellas del baloncesto. No era el deporte, ni tampoco su físico, sino la idea de que este deporte te hacía mas alto. Siempre he sentido pavor a la poca estatura, encuentro que una buena parte de la elegancia viene con una talla superior a la media. Los miembros de la All Star me hacían creer que si golpeaba la pelota varias veces en el suelo, doblaría los centímetros de la naturaleza. No llegué al metro noventa, y me quede en un tristísimo metro ochenta y dos, pero seguramente fue porque así como creía en mis ídolos de la All Star y también en los Harlem Globe Trotters, que tuvieron hasta una serie de dibujos animados, nunca me vi capaz de identificarme con Campanilla. He detestado siempre a esa mujer hada y a su amigo Peter Pan, contrario a lo que mucha gente cree. Odio que me hablen de Peter Pan como alguien encantador. Lo encuentro un pesado, un fastidio para cualquier fiesta. Y Campanilla una cursi, una absurda que hace poco favor al misterio del polvo de estrellas. Si hay algún hada que pueda entender son las primas enfrentadas del Mago de Oz. La célebre Bruja Buena del Sur y la perversa Bruja del Oeste. La del Sur es cursi, pe­ro lo asume, cosa que Campanilla no hace porque va vestida de sexy. Y la perversa Bruja del Oeste es sencillamente tan humana, tan auténtica, tan abuelita de Amy Wi­nehouse que hay que quererla a muerte.
Las estrellas y el cariño hacia ellas están directamente relacionados con la infancia. Cuando tenía apenas cuatro años, el hombre llegó a la Luna. Vosotros lo escuchasteis con Hermida, yo lo viví retransmitido en Caracas por alguien que sabía hacer traducción si­multánea. Recuerdo el traje moviéndose en esa superficie fantástica, envolvente. Y la bandera de EEUU, que des­de entonces vi superior a todas, ¡porque estaba en la Luna! Eso sí que era hacer historia con un trozo de tela. Y a Armstrong sujetándose a ella. Siempre que veo esa imagen lloro un poco. Tiene mucho que ver en mi vida; cuando tenía 16 años fue el primer logo de la MTV. Luego descubrí a Jasper Johns y es de mis imágenes pop mas reveladoras. No es patriotismo lo que siento, es esa magnífica conjunción de estrellas y barras; y que eso represente a la primera potencia del mundo, aun en crisis, me alucina. Me pervierte y me convence.
Prefería ya de niño la sopa de estrellas antes que la de letras. ¡Me daba horror comerme una E! Lo encontraba tan cruel. En cambio, una estrella, me la comía a cucharadas. Seguramente pensaría que de lo que se come se cría. Las estrellas y la alimentación han tenido una prolífica relación. Están las estrellas Michelin, que mi marido vigila mucho. En su opinión, están en contra, siempre de manera secreta, poco dada a la probabilidad, de la cocina española, aunque El Bulli sea el mejor restaurante del mundo. Pero si observas bien, es muy difícil encontrar más de tres de esas estrellas en ninguno de los súper restaurantes de nuestro país. El privilegio de cuatro o cinco siempre queda reservado a un establecimiento que ronde la francofonía.
Pero una estrella puede ser selectiva, incluso racista, y hasta homófoba, como Brigitte Bardot, por ejemplo, que pasó de símbolo sexual a defensora de las focas hasta casarse con un político de extrema derecha y pedir mayor regulación para los inmigrantes y negación de cualquier derecho civil para los homosexuales.
En mi infancia tuve una serie de televisión favorita, Batman, siempre acompañado de su inseparable Robin. ¿Qué han hecho con Robin los continuadores de la saga Batman? Es una pregunta inquietante. En los créditos de esa serie, que era de dibujos animados, Batman y Robin, siempre en movimiento, se unían contra el mal dentro de… una estrella que formaban sus capas. Era mi momento favorito, y las veces que me disfracé de Robin (pequeña gran confesión) quería que la capa tuviera los suficientes picos para crear una estrella si la abría por encima de mi cabeza. Mi madre insistió en explicarme lo imposible de mi deseo, pero luché y luché hasta que picotearon el borde de mi capa roja. Luego he visto una foto de Andy Warhol y Nico, la cantante de los Velvet Underground, vestidos de Robin y Batichica –la sobrina del comisario Fierro que se incorporó a la pareja para despejar las sombras de homosexualidad– y es una de mis fotos favoritas de todos los tiempos. Warhol lleva una R en el pecho, y en el cinturón el murciélago de Batman dibujado de tal forma que parece una estrella.

Está el anís estrellado, pero siempre fui más de El Mono, que a su vez es un tipo de estrella del cual también provenimos. Pero al final queda mi estrella favorita: la del Mercedes Benz. Entiendo que a veces representa las aspiraciones de la mente del nuevo rico. Y también entiendo que a menudo sus lí­neas alcanzan una exquisitez y sobriedad máximas. Pero en la ciudad en la que nací, Caracas, uno de sus hoteles, el Humboldt, contrató a la insignia alemana para fabricar los motores de su piscina y todo el mobiliario: escalerillas, fondo de la piscina, hamacas… Te estoy hablando de algo real, sucedió; hoy se puede visitar. El éxito fue absoluto. Y el dinero del petróleo en la decáda de 1970 pagó que muchas piscinas de la ciudad tuvieran los motores y las escalerillas con la estrella de Mercedes Benz debajo de empeines y talones. Eso sí fue tener el cielo a tus pies.

Redacción QUO