Vance Vanders se encontró en el cementerio de Alabama con el brujo local, que le roció la cara con un líquido maloliente y le dijo que iba a morir. Durante varias semanas Vance experimentó un deterioro físico que sólo remitió cuando su médico, Drayton Doherty, fingió romper el hechizo convenciéndole de que le había sacado del cuerpo un lagarto, supuestamente introducido por el hechicero. Vance tuvo suerte y sobrevivió, pero en todo el mundo se han registrado numerosos casos de personas fallecidas tras ser sometidas a un maleficio. Sin informes médicos ni autopsias, resulta imposible saber qué causó realmente su fin. Sin embargo, todas sus historias presentan un nudo común: una persona digna de respeto lanza un hechizo contra alguien que fallece poco después por causas aparentemente naturales.

A la vuelta de la esquina

Esa supuesta brujería no se limita a otras épocas o a tribus remotas. Clifton Meador, doctor en la Facultad de Medicina Vanderbilt (EEUU), asegura que ahora la maldición ha tomado nueva forma, convirtiéndose en la manifestación opuesta al placebo. A Sam Shoeman, por ejemplo, le diagnosticaron un cáncer terminal de hígado hacia 1970 y le dieron solo unos meses de vida. Efectivamente, murió en ese plazo. Sin embargo, su autopsia reveló un error médico. El tumor era minúsculo y no se había extendido. “No murió de cáncer, sino de creer que el cáncer lo estaba matando”, afirma Meador. “Si todo el mundo te trata como si te estuvieras muriendo, asumes que así es. Todo tu ser se empeña en morir”. Su caso podría ser un ejemplo extremo de un fenómeno más extendido, llamado nocebo (“haré daño”, en latín), que lleva a los pacientes a experimentar efectos secundarios perniciosos solo porque les han dicho que podrían tenerlos. Según el antropólogo Robert Hahn, del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades en Atlanta (EEUU): “Las muertes por vudú, si existen, podrían representar una forma extrema de nocebo”. En los ensayos clínicos, aproximadamente un cuarto de los pacientes de los grupos de control (los que reciben sustancias inertes) sufren efectos secundarios negativos, que suelen coincidir con los de las medicinas de verdad.

A veces, esos efectos pueden poner en riesgo la vida. Las creencias y las expectativas no son solo fenómenos conscientes y lógicos, también tienen consecuencias físicas”, añade Hahn. Un 60% de los pacientes de quimioterapia empiezan a sentirse mal antes de comenzarla, y hace siglos que se conocen casos de la enfermedad psicogénica de masas, en la que varios síntomas se contagian en un grupo.

Lo que sí se sabe es que estos fenómenos aparentemente psicológicos tienen unas consecuencias muy reales en el cerebro. Jon-Kar Zubieta, de la Universidad de Michigan, demostró con escáneres PET que el efecto nocebo acarrea un descenso en la actividad de la dopamina y los opioides, lo que explicaría por qué puede aumentar el dolor. Pero su causa última no está en la química, sino en las creencias, por muy difícil que nos resulte hoy en día aceptar su capacidad de enfermar y matar a una persona.

La mayoría de nosotros nos reiríamos si un hombre con un atuendo extravagante blandiera un hueso ante nuestras narices y nos dijera que vamos a morir. Pero ¿y si esa afirmación viniera de un doctor con su bata blanca, su multitud de diplomas y un montón de resultados de escáneres y otras pruebas médicas? Piensa en el caso de Shoeman. “Las malas noticias originan una mala actitud psicológica. Estoy seguro de que se puede convencer a una persona de que va a morir y conseguir que muera”, afirma Meador. “No es una cuestión mística. No nos gusta la idea de que las palabras o los actos simbólicos puedan causar la muerte, porque eso desafía nuestro modelo biomolecular del mundo”. Quizá cuando descubramos en detalle la base biomédica del vudú, nos resultará más fácil aceptar que es una realidad… y que puede afectarnos a todos.

Redacción QUO