No hemos tumbado la Torre de Pisa. Lo que publicamos aquí son dos imágenes iguales del monumento. Sí, iguales. Sin embargo, tú no las ves así. Ahora mismo, tu cerebro te engaña. Y lo hace por pura costumbre. Cuando miramos dos objetos paralelos que se alejan en la distancia, como vías de tren o rascacielos contemplados desde el suelo, tenemos la impresión de que se van aproximando. Así es como percibimos la perspectiva y la tercera dimensión. Al ver estas dos torres, nuestro cerebro las interpreta como una sola imagen, pero, ¡sorpresa!, no encuentra la línea de fuga que las une. Entonces “decide” que no pueden ser paralelas, sino que deben de ir separándose una de otra, y así nos lo transmite, erróneamente. Para comprobarlo, descarga la imagen, recorta cada torre y sustituye una por otra, verás que siempre se tumba la de la derecha.

“La mayoría de la realidad que percibimos la construye nuestro cerebro a partir de una porción muy pequeña de la información que nos llega por los sentidos”, nos explica Susana Martínez-Conde, directora del Laboratorio de Neurociencia Visual del Instituto Neurológico Barrow (EEUU). “Para deducir esa realidad, usa una serie de atajos que, normalmente, funcionan muy bien”. Esos atajos le permiten llegar a conclusiones con un consumo mínimo de energía (glucosa) y de tiempo, algo vital cuando la situación que debe interpretar no es un jueguecito de fotografías, sino un depredador acercándose a la carrera. La evolución se ha encargado de ir tejiendo nuestros circuitos neurológicos según el patrón más funcional para sobrevivir en tales lances. El precio de la economía son esos casos en los que llegamos a conclusiones totalmente equivocadas.

Si no tienen trascendencia, nos divierten, y es precisamente ahí donde se abre el terreno que los magos aprovechan para deleitarnos. “Algo llamativo de muchas ilusiones visuales es que, aunque conozcamos el mecanismo, no podemos percibirlas de otra manera”, destaca Martínez-Conde, “porque la estructura de las conexiones nerviosas que las causan no se puede cambiar, es intrínseca a cómo percibimos el mundo”. En el año 2000, P. C. Sorcar Jr. hizo desaparecer el Taj Mahal durante unos minutos. Más tarde explicó que lo había conseguido impidiendo que los rayos de luz llegaran a los ojos de los espectadores, por medio de herramientas como rayos láser, calor y sonido. Pero lo importante es que, incluso si llegara a detallarnos con precisión la parafernalia técnica que empleó y repitiera de nuevo el truco, el suntuoso monumento indio volvería a escapar a nuestra visión.

Ni blanco, ni negro

Los numerosos mecanismos que dan lugar a estos engaños ópticos pueden estar relacionados con el color, las formas, el brillo u otros aspectos del proceso visual, pero Martínez-Conde destaca un principio común a muchos de ellos: “Para el cerebro no hay términos absolutos, siempre estamos estableciendo una comparación inconsciente y muy rápida entre el objeto en que nos centramos y su contexto”. Un mismo círculo gris nos va a parecer negro si está sobre blanco y mucho más claro sobre negro. En ello se basa un vídeo galardonado en 2012 en el concurso Mejor Ilusión del Año que organiza esta neurocientífica. Cuando miramos a un punto en el centro de la pantalla, mientras a ambos lados de la misma se suceden fotografías de estrellas de Hollywood, estas adquieren la apariencia de figuras monstruosas. ¿Por qué? Cada uno de sus rasgos viene determinado por las características de la fotografía anterior. Si tras una actriz con los ojos más bien juntos llega otra con ellos algo separados, nuestro cerebro exagerará esa diferencia y los situará casi en los extremos de la cara. El efecto es sorprendente. Del mismo modo, los conejos no escapan del sombrero. Tu cerebro te está engañando. Pero disfrutarás más si sigues pensando que no lo hace.

Pilar Gil Villar