En inglés los llaman duendes (sprites) rojos y son unos destellos luminosos que aparecen por encima de las nubes durante las tormentas especialmente intensas. Se fotografiaron por vez primera en 1989 y, poco a poco, han ido despertando el interés de la ciencia. Este verano, un grupo de investigadores norteamericanos, coordinados por Hans Nielsen, de la Universidad de Alaska en Fairbanks, se ha subido al avión Gulfstream V de la Fundación Nacional de la Ciencia (NSF) estadounidense, capaz de subir a 15 km, para estudiarlos más de cerca.
De momento, ya los han identificado como los responsables de unas descargas de radio de baja frecuencia que se habían venido registrando desde hace años en instrumentos de todo el mundo. Aunque aún no existe una certeza sobre su origen, la hipótesis de los científicos es que surgen en relación con un relámpago de carga positiva. Éstos relámpagos suponen el 10% de todos los que se producen y son mucho más potentes que el resto. Cuando uno de ellos impacta contra el suelo, el campo eléctrico situado sobre la tormenta se intensificaría tanto que rompería la resistencia de la atmósfera a que la corriente eléctrica fluya por ella, abriendo el camino a esos chispazos rojizos.
Los “duendes” suelen aparecer en grupos de más de dos destellos, bien como haces abigarrados o dispersos en un espacio de hasta 50 km de ancho, y pueden llegar a los 48 km de altitud. A pesar de esas dimensiones, resulta difícil detectarlos porque su duración es unas 300 veces menor que la de un pestañeo nuestro.
El color rojizo se lo confieren las moléculas de nitrógeno de la atmósfera, y los científicos quieren comprobar ahora si su acción podrían alterar la composición química de esta, por ejemplo, cambiando la concentración de sus óxidos nítricos.
Además de estos fenómenos en rojo, se producen también unos destellos azules de mayor duración y menor altitud, que también son objeto de estudio. La investigación de ambos podría llevarnos a comprender mejor los fenómenos eléctricos del planeta.
Pilar Gil Villar
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