El año pasado, un astronauta llamado Don Pettit comenzó un proyecto inusual en la web de la NASA: Diario de un calabacín espacial. «Germiné, entré en este mundo sin que nadie me consultara» escribió Pettit en el ahora difunto blog. «Soy un vegetal utilitario, abundante, que puede salir adelante en las condiciones más duras. Soy un calabacín y estoy en el espacio«.
Aunque puede resultar extraño y un uso muy poco ortodoxo de los dólares del contribuyente, hay que tener en cuenta que esa pequeña planta podría ser la clave de nuestro futuro. Cuando, según las predicciones, agotemos los recursos de la Tierra, la agricultura espacial podría tornarse vital para la supervivencia de nuestra especie.
El proyecto que desarrolla el Sistema de Producción Vegetal (VEGGIE) lo ha hecho en condiciones de gravedad cero, con miras a implantarlo en naves, estaciones espaciales o incluso en colonias extraterrestres como la Luna. Gobiernos y compañías privadas de todo el mundo no han tardado en reaccionar y se han puesto a investigar la viabilidad del cultivo en estos lugares. Incluso, es posible que este mismo año la NASA esté produciendo su propia comida en órbita, por primera vez en la historia.
Aunque el cultivo espacial parezca un sueño imposible, el calabacín sirvió para un propósito más tangible: mantuvo sanos y ‘relajados’ a Pettit y sus compañeros de tripulación. Según el equipo, las plantas, además de alimentar, «actúan como una forma de sustento emocional llamada terapia hortícola. Se basa en la simple idea de que el cuidado de plantas es ‘un bálsamo para el alma humana'». Reduce el estrés, mejora el estado de ánimo, alivia la depresión, ayuda a la rehabilitación física y mental y al crecimiento social.
Esta novedosa idea supondría solventar uno de los mayores problemas de los viajes espaciales: el precio de mandar comida al espacio, unos 7.255 € por libra (0.45 kg). De hecho, la NASA planea mandar en diciembre unos sacos de kevlar rellenos de una arena especial, para plantar y cultivar 6 lechugas bajo la intensa luz de leds rosas. Estarían listas para la cosecha en 28 días.
Pettit, a título personal, probó satisfactoriamente el cultivo de dos compañeros para el calabacín: un brócoli y un girasol.
* Publicado en #Quonectados nº 218
Vía | modernfarmer.com
Redacción QUO
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