Vista así, de golpe, y para quien no sea muy aficionado a las matemáticas, la fórmula de la imagen puede provocar más de un espasmo cerebral ( reocnozco que a mi si que me lo ha producido). Pero, pasada la impresión inicial e investigando un poco más el asunto, se puede comprobar que se trata de la ecuación de la felicidad, elaborada por un equido de investigadores de la Universidad de Londres, dirigido por Robb Rutledge, y que ha servido de base para desarrollar una aplicación de movil que sirve para medir el grado de felicidad de las personas.

Dicha aplicación se utilizó para un experimento bautizado The Great Brain Experiment, en el que los investigadores pidieron a dieciocho mil voluntarios de todo el mundo que la utilizaran para responder a un test que permitiría evaluar su grado de bienestar y satisfacción personal y vital. Además, veintiséis personas escogidas de entre todos los participantes, fueron utilizadas como cobayas humanas para que los científicos pudieran monitorizar su actividad cerebral mientras relizaban el test.

Puede parecer que todo lo anterior es un juego. Y si, como reconoce el profesor Rutledge: «Hay mucho de ello en nuestro estudio. ¿Qué mejor manera de analizar la felicidad que a través de algo tan placentero como jugar?» Pero, más allá del aparente divertimento, el estudio ha arrojado interesantes datos que deben ser tenido en cuenta a la hora de analizar como funciona algo tan complejo, intangible y difícil de definir como es la felicidad.

«Parte del test consistía en una serie de pruebas que, si se resolvían positivamente, acarreaban una reconpensa o gratificación», explica Robb Rutledge. «Evidentemente, el premio activaba los circuitos de recompensa del cerebro haciendo que als persoans afirmaran sentirse dichosas. Pero, lo más sorprendeten, fue descubir que los mayores índices de felicidad que sentían los voluntarios no s eproducían al recibir o saborear el premio, sino en la etapa en la que acariciaban la posibilidad de recibirlo. Es decir… La expectativa de ser premiados o de experimentar algo agradable, resultaba mucho más placentera que el premio o la experiencia en si misma».

Este hallazgo abre interesantes conclusiones que funcionan en dos direcciones. «Por un lado», explica el investigador, «parece confirmar esa creencia popular que dice que cuanto más bajas sean tus expectativas sobre algo, más placentera o positiva resultará una experiencia. Por ejemplo, si vamos a comer a un restaurante del que no esperamos gran cosa, y la comida resulta ser buena, nos acabará pareciendo mucho mejor que si hubieramos acudido al local con unas expectativas más altas».

Pero, por otro lado: «Si estamos esperando a que llegue el día de la semana en que hemos quedado para ir a cenar a un gran restaurante con una persona muy especial, las expectativas que desarrollamos durante el tiempo que pasa antes de que se produzca ese momento tan importante , nos producen un bienestar tan enorme que, en muchas ocasiones es superior al que al final acaba produciendo la propia cita».

Tal y como reconoce el profesor Rutledge, las situaciones de la vida cotidiana son demasiado complejas como que pueda medirlas una simple aplicación, pero: «El estudio nos demuestra que la felicidad depende en gran parte de las expectativas que tengamos de la vida en cada momento. Aprender a jugar con ellas en cada situación concreta, y a manejarlas y graduarlas de la manera adecuada, podría ayudarnos a ser más dichosos».

Vicente Fernández López