Los peces que habitan en cuevas son, al mismo tiempo, animales rellenitos pero también muy resistentes al hambre. Una suerte de camellos hídricos. Esta última cualidad es sumamente útil, ya que viven en ambientes oscuros y pobres en nutrientes. Más o menos una vez al año, cuando las inundaciones arrastran comida a las cuevas, los peces hacen acopio de nutrientes para las temporadas más duras. Un grupo de investigadores de la Universidad de Harvard ha estudiado una variedad concreta de estos animales, el pez de cuevas mexicano (Astyanax mexicanus) para comprender cómo hacen para sobrevivir cuando la comida escasea. Los resultados, publicados en Proceedings of the National Academy of Sciences, han permitido identificar los cambios genéticos detrás de las adaptaciones metabólicas que posibilitan estos extremos, algo que podría ayudar a los investigadores a entender mejor la obesidad humana.
«Todos sabemos que los seres humanos tienen diferentes metabolismos que les llevan a subir de peso, sin importar la cantidad de comida ingerida – asegura Clifford Tabin, principal responsable de la investigación –. El trabajo con esta especie nos da un ejemplo en un entorno natural de por qué y cómo el metabolismo evoluciona para ser diferente.»
En las cuevas oscuras la fotosíntesis es inexistente y la única fuente de nutrición es la descomposición animal, los excrementos de murciélagos y detritus de las inundaciones estacionales. Para soportar meses sin sustento, los peces de las cuevas dependen de grandes reservas de grasa corporal y un metabolismo de combustión lenta. Y, a pesar de que pasan hambre constantemente, llevan una vida sana.
Para comprender las bases genéticas de estas adaptaciones, el equipo de Tabin comparó el Astyanax mexicanus con peces de la superficie. Las dos poblaciones están separadas por cientos de miles de años de evolución, lo que ha provocado que los que viven sin luz, hayan perdido los ojos y la pigmentación. «Estos peces son mucho, mucho más gordos que los peces de superficie – añade Nicolas Rohner, coautor de la investigación –. Y a pesar de que están activos, su metabolismo es más lento. No tienen nada que ver con los osos en procesos de hibernación.”
En comparación con los habitantes de la superficie, estos insaciables cavernícolas muestran un apetito más grande y una mayor cantidad de triglicéridos con alimentación regular. Después de dos meses de ayuno, los peces de las cuevas perdieron la mitad de peso corporal que los habitantes de la superficie. Incluso después de tres meses, cuando los últimos comenzaron a morir de hambre, los habitantes de las cavernas seguían en buen estado de salud. «Creemos que aún podían soportar más tiempo, debido a sus inmensas reservas de grasa»,afirma Rohner.
Cuando el equipo analizó las secuencias del genoma de los peces de las cuevas, se hallaron mutaciones en el gen del receptor de melanocortina 4 (MC4R), que se ha vinculado a la anorexia en los seres humanos. La actividad de este receptor está regulado por la insulina y por una hormona supresora del apetito, y es probable que desempeñe un papel en la sobrealimentación. «Es uno de los componentes clave en el mantenimiento de su equilibrio energético – afirma Ariel Aspiras también investigador de Harvard –. Cuando la gente trata de seguir una dieta o cambiar su peso corporal, hay reguladores en el cerebro que tratan de mantener nuestro peso corporal actual. El MC4R es uno de ellos.»
Después de haber sustituido el aminoácido glicina por serina (un aminoácido componente de las proteínas del genoma) en el MC4R, el Astyanax mexicanus exhibió una reducción en la actividad de los genes: Esto básicamente significa que se anuló su supresor de apetito,el que les permite comer sin límite. Mientras que otros genes están ciertamente involucrados, el equipo cree esa misma mutación en el MC4R es la causa más común de un solo gen implicada en la obesidad hereditaria en seres humanos.

Juan Scaliter