Su cuna no pudo ser más alta: una casta de eruditos que hace unos 5.000 años aprendieron a escudriñar el cielo. Inspirados por el asombro y sin poder desentrañar el misterio que encierran los astros, les dieron un carácter esotérico y premonitorio. Fueron necesarias generaciones de sabios para poner un poco de razón en la observación de la bóveda celeste y empezar, con ayuda de la física, la química y otras ramas del saber científico, a deshacerse de cualquier sesgo arcano. Así nació la astronomía, y con ella, la comprensión de las verdaderas leyes que rigen el Universo. Mientras, la astrología siguió aferrada a conjeturas y leyendas. Y fue creciendo, zalamera y deslumbrante. Ejerciendo de cicerone y creyendo orientar, con los doce signos zodiacales como puntal, los designios de la Humanidad. Jamás ha tenido que superar una prueba de laboratorio por un motivo muy simple: “Es una más de las muchas creencias atávicas e inútiles, incapaz de someterse al juicio científico porque, rotundamente, no tiene nada que ver con la ciencia. Sus fundamentos son tan inválidos como falsos”, explica el astrónomo José Carlos del Toro, investigador científico del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
Sus creyentes van en aumento
De todas las supercherías, la astrología es, desde luego, la más astuta. Porque ha sabido encandilar al hombre con un verbo exquisito e impreciso. En Estados Unidos hay unos 10.000 astrólogos y alrededor de 40 millones de ciudadanos que consultan su horóscopo. En Reino Unido, entre el 60 y el 80% de la población. En Francia, algo más de la mitad de las mujeres cree en la astrología. Los hombres no llegan al 35%. Aún no está claro si los horóscopos son una afición más femenina… o si será que los hombres mienten. Los chinos disponen de su calendario lunar, un antiquísimo archivo de hace casi 4.700 años. Su zodiaco está basado en 12 animales y un ciclo de doce años, con preceptos que han cautivado a muchos occidentales que prefieren regirse por este horóscopo. En España, la astróloga Helia Ramos, una de las responsables de la Sociedad Española de Astrología, calcula que trabajan unos 150 astrólogos, cuyos honorarios varían entre los 50 y los 150 euros por consulta, “sin contar con la cantidad de falsos videntes, curanderos y otros negocios que se han entrometido en nuestra profesión”. Según el Informe del CIS Juventud en España, el 66% de los jóvenes cree en horóscopos, profetas y elegidos. Un 33% confía en un hado signado por estrellas y planetas. Muy a su pesar, y desde su rotundo escepticismo, el astrónomo José Carlos del Toro admite que: “Este es un sistema de creencias demasiado enraizado en nuestra cultura, que renace en momentos de crisis o dificultad, cuando el hombre necesita aferrarse a lo que puede”.
¿Cátedra de astrología?
Del Toro no es un científico irritado por la astrología, una vez relegada a su categoría de oráculo o adivinación e inadecuada para someterla al método científico. “Lo que me preocupa es que una sociedad que se apoya en este tipo de superchería difícilmente puede dar un salto cualitativo hacia las ideas que transmiten la ciencia, el arte y la cultura”. El escritor Arthur C. Clarke ya lo advirtió en 1962 ante la Unesco: “El fanatismo y la superstición son dos de los grandes males que aquejan a Asia, manteniendo a millones de personas en un estado de pobreza física, mental y espiritual”. Subversiva, pero con ingenio, la astrología va cumpliendo años indemne, con una salud envidiable e incluso con ganas de ingresar en la Universidad. En España, según confirma Helia Ramos, la Sociedad de Astrología pretende reglar la enseñanza del astrólogo y, si es posible, dotarla de rango universitario. Seguramente, tendrá que conformarse con una academia que impartirá en tres cursos, además de las bases astrológicas, disciplinas como matemáticas, historia y astronomía. “Las artes adivinatorias nunca tendrán cabida en la Universidad”, insiste Del Toro. En su ensayo El secreto de las estrellas, los científicos Roger B. Culver y Philip A. Ianna, aportan algunas claves de su éxito: “Por su personalidad, la astrología se resiste al cambio, tiene ideas vagas, pero generalmente bienintencionadas, se preocupa por la obtención de dinero, se enoja fácilmente, es frecuentemente irracional y está casi siempre equivocada”. La astrología se rige por la ley tácita de no inmutarse ante las nuevas teorías, el descubrimiento de planetas u otros hallazgos científicos que la obligarían a revisar sus milenarios preceptos. Demasiado embrollo para esta vieja dama que, además, puede prescindir de tales formalismos para seducir. Y esto es así desde que la ley de la gravitación universal de Newton demostró que la fuerza de atracción que ejercen tres doctores sobre el niño al nacer es más de 250 veces superior a la del planeta Marte en ese momento. La ciencia tendría argumentos suficientes, como este, para desmontar uno por uno los pilares de los astrólogos.
Redacción QUO
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