Del lince ibérico, Delibes de Castro asegura que hay más margen del que había.

P. Entonces, ¿hay motivos para la esperanza?

R. En los 80, cuando dirigía un grupo de investigación trabajando con el lince ibérico, llamamos la atención sobre el hecho de que estaba desapareciendo. Se consideraba el felino más amenazado del mundo… Todo eso pudo sonar catastrofista, pero ha hecho que se conservara. Treinta años después sigue estando en peligro pero está mucho mejor. Ha funcionado la llamada de alerta. No era banal. Si peleamos por algo es porque existe la posibilidad de mejorarlo, si no, nos rendiríamos.

P. ¿Ha salido entonces el lince de la UVI?

R. Sigue estando en peligro. Hubo un momento en el que apenas quedaban 200 ejemplares. pero hemos frenado el declive y ahora superamos los 400. Hay más margen para la esperanza del que había antes.

P. Hay otras especies también amenazadas y la llamada de alerta no es la misma.

R. Los biólogos solemos decir que usamos especies emblemáticas o llamativas precisamente porque los medios de comunicación y la sociedad les conceden más atención, y eso incrementa la sensibilidad ante los problemas de la naturaleza. Con ellas intentamos resguardar a todas las demás. Nuestra intención es hacer una llamada de atención hacia la conservación en general. No obstante, es cierto que los naturalistas pensamos a veces que nos pasamos de éxito, porque especies concretas empiezan a interesar tanto que el tema se vuelve un poco paranoico, como si esas especies fueran lo único importante. En realidad, nuestra intención es usarlas como bandera para conservar el conjunto de la naturaleza. Se hace así en todo el mundo. Cuando cualquiera de nosotros ve la foto de un oso panda, siempre piensa en la necesidad de conservar. No es tanto que haya que protegerle a él o al lince ibérico como servirse de las sensaciones que provocan para conservar toda la biodiversidad.

P. Unas especies aparecen y otras desaparecen. ¿No forma parte de la evolución?

R. Ciertamente. Pero hay una desproporción entre las que deberían extinguirse de una forma normal, lo que los biólogos llamamos “extinción de fondo” y las que están desapareciendo ahora. Con los datos de los paleontólogos, conocemos más o menos la tasa de extinción de fondo, que sería alrededor de una especie por millón de especies y año. Eso sería lo «normal». Ahora, se extinguen especies entre diez y mil veces más rápido. Cien puede ser una buena aproximación. No podemos dar cifras más precisas porque se conoce muy poco. Los expertos en esto son los paleontólogos, que estudian las tasas de extinción en el pasado. Nos dicen que el ritmo al que desaparecen especies ahora se parece al de algunas grandes extinciones masivas, como por ejemplo la que acabó con los dinosaurios.

P. De hecho, usted habla de la sexta extinción.

R. Los paleontólogos reconocen veintitantas extinciones a escala paleontológica, es decir, que duran unos cuantos miles de años. De ellas, hay cinco en las que las especies se han extinguido unas 100 o 1.000 veces más rápido de lo habitual. Y ahora el ritmo es parecido. Estamos inmersos en la sexta extinción.

Estamos inmersos en la sexta extinción.

P. También hay especies que surgen.

R. Claro. Pero si admitimos un cierto equilibrio, en principio surgirían más o menos al mismo ritmo que la extinción de fondo, aproximadamente una por millón de especies existentes y año. No lo hacen, por tanto, de un día para otro, sino poco a poco. Puede tratarse de poblaciones que viven separadas geográficamente. Lentamente, se van diferenciando hasta que sus individuos «dejan de reconocerse» como parejas potenciales y las consideramos especies distintas. De todos modos, el proceso evolutivo es muy dinámico e incluso lo que vemos ahora como especies no son unidades cerradas. De alguna forma son casi abstracciones, por eso hablamos de subespecies, semiespecies, superespecies, etc.. Así ocurre por ejemplo con la trucha; vive en un gran área en el hemisferio norte, pero de ella se reconocen veinte o veintitantas variedades que según algunos autores merecerían la consideración de especies, mientras que para otros sólo debe reconocerse una. Un ejemplo del proceso contrario son los quebrantahuesos. Parece que los de África y los de Asia estuvieron a punto de diferenciarse como especies, pero se encontraron en Europa y se reprodujeron entre ellos. De manera que había unos puentes que estaban prácticamente rotos y en el último momento se han reconstruido y evitado la especiación. Hay montones de ejemplos así. Lo estudian los biólogos evolutivos y da idea del dinamismo de la evolución, pero ocurre a un ritmo muy diferente al de nuestra vida.

P: ¿Cuánto tiempo hace falta que surja una nueva especie?

R. No se puede especificar. En las plantas, por ejemplo, puede haber algún fallo en el proceso reproductor que origine una población con un número de cromosomas diferente; en vez de tener un par de cada cromosoma, poseen dos pares (por eso se llaman tetraploides). Este fallo en la reproducción puede llegar a estabilizarse y dar lugar a una especie independiente de forma casi repentina. En la mayoría de los casos, sin embargo, se van acumulando diferencias a lo largo de mucho tiempo, cientos de miles o millones de años.

P. ¿Se podrían recuperar especies partiendo de su ADN?

R. Conservar una especie no es como guardar un sello en una colección. Se trata de preservar unas poblaciones funcionales en la naturaleza, que están haciendo un papel, cumpliendo una función. El objetivo de la conservación no es reunirse para «resucitar» especies extinguidas, sino evitar el colapso de la naturaleza en funcionamiento. Incluso suponiendo que se pudiera en algún momento restaurar alguna especie que se ha perdido, probablemente no se recuperaría su variedad genética, su capacidad de evolucionar. Sería un gran hito tecnológico, pero desde el punto de vista de conservación de la naturaleza no sería demasiado transcendente. Al menos, en el horizonte que podemos imaginar desde aquí.

P. ¿Y la clonación?

R. Hacer mil clones iguales de un mismo lince es un atentado contra su conservación. Necesitamos conservar su diversidad, su diversidad génetica, para que tenga capacidad de adaptarse a cambios en el futuro, resistir enfermedades, etc. Dicho esto, los intentos que se han hecho para recuperar especies que han desaparecido recientemente no han funcionado. Ya no me refiero a los dinosaurios de hace sesenta y tantos millones de años. Se ha intentado resucitar mamuts de hace 10.000 años a partir de células congeladas y no se ha conseguido. Y también se ha tratado de hacerlo con el bucardo de los Pirineos y por ahora tampoco se ha logrado. Y eso que se recogieron células de un animal recién muerto y que ha vivido hasta hace 15 años. Probablemente se consiga algún día, pero por el momento no podemos considerarlo una alternativa.

P. ¿Vamos a dejar a nuestros hijos un mundo peor que el que hemos encontrado?

R. Esa es una afirmación muy amarga. Se puede ver de otra manera. Si nos referimos a un mundo más contaminado, en según qué zonas era peor durante el primer siglo y medio de la revolución industrial. Había muchísimo hollín en las ciudades, muchas enfermedades relacionadas con ello, los ríos estaban mucho peor de lo que están ahora. Si hablamos del conjunto del planeta, sí es cierto que la tasa de desaparición de especies, de destrucción de ecosistemas, es mucho más alta hoy. Pero lleva tiempo siendo así. Probablemente el mundo que hemos heredado usted y yo sea, en muchos aspectos, peor que el que heredaron nuestros padres. Pero también es cierto que somos parte del mundo más privilegiado y gozamos de ventajas que ellos no tuvieron.

Hay un solo problema ambiental con muchas caras, el de vivir en una Tierra limitada biológicamente

P. ¿Cuál es el mayor desafío al que se enfrenta la humanidad?

R. Hay un solo problema ambiental que tiene muchas caras, el de vivir en una Tierra limitada biológicamente. La cantidad de materia viva que se produce es finita, también la capacidad para depurar el aire y el agua…. Estamos creciendo como si no hubiera límites. Me refiero a la población humana, aunque está frenando su ritmo de crecimiento, y al consumo, que lo está incrementando. Ese es el choque de trenes al que nos enfrentamos. Y todo esto se manifiesta en problemas de hambre y contaminación para mucha gente en el mundo, se traduce en calentamiento global porque las bacterias y las plantas no son capaces de absorber todo el CO2 que liberamos en la atmósfera, se evidencia en la lluvia ácida y en que se mueran los bosques en el norte de Europa y América. Todo es consecuencia de un mismo problema, una demanda de recursos, de reciclaje y depuración que excede lo que la Tierra puede dar.

P. Al ritmo de consumo actual, ¿cuántos recursos quedan?

R. Es difícil responder . No se trata de considerar el ritmo actual, sino la tasa a la que se va incrementando. La presión migratoria sobre los países ricos no es solo debida a la guerra. Muchos subsaharianos vienen con hambre en gran parte porque se han agotado sus recursos locales. Se han extinguido por el cambio climático, porque llueve menos y hace más calor… y también porque los países ricos nos quedamos con sus cosechas o hemos esquilmado su pesca. ¿Hasta cuándo vamos a tener recursos? Ellos ya no tienen.

P. Pero hay piscifactorías, granjas marinas.

R. Sí, recursos hay. Seguramente con los recursos que hay en el mundo podríamos comer todos, pero alguien tiene que comer menos. Deberíamos frenar la explosión demográfica. Pero no hace falta hacerlo de forma dramática. Sólo con dar mayor educación y capacidad de decidir a las mujeres, empezaría a aliviarse el problema. Ya ocurre en los países occidentales. También en otros como Tailandia se ha logrado reducir el crecimiento demográfico sin necesidad de recurrir a la prohibición china de tener niños. Lo hicieron dando a la mujer capacidad de decidir, creando unos servicios sociales adecuados. En muchos lugares del mundo se tienen hijos sólo para asegurarse cuidados en la vejez, porque el sistema no les ofrece ningún tipo de seguridad social. Por otra parte, muchos millones de niños que vienen al mundo no son deseados.

P. O sea, que las instituciones deberían actuar.

R. Cuando hay una crisis grave todo el mundo tiende a encerrarse en su pequeña parcela. Nos hacemos más localistas, más xenófobos. Ahí está el caso de la desafección europea, del Brexit, etc. La gente piensa que le iría mejor en su pequeño mundo, sin depender de otros. La población española está envejecida y no vamos a poder pagar las pensiones. Quizá haya que contar con trabajadores más jóvenes de otros sitios, pero nos da miedo que vengan, porque pensamos que aquí tenemos poco y no queremos compartirlo. A mí la situación de la UE me da mucha pena, también en investigación y medio ambiente. Deberíamos tender a una gobernanza compartida, pero nos preocupamos cada uno de lo nuestro. Deberíamos ver más lejos. Si en una parte del mundo sobra gente joven y aquí falta, tendríamos que analizar cómo incorporarla sin traumas. No tiene sentido poner barreras para que no venga nadie y pedir aquí que se tengan más hijos.

P. Los recursos son limitados. La escasez de agua en Doñana es una muestra de ello.

R. Conozco el problema de cerca. Hay agua, pero la requerimos para muchas cosas distintas. Hay que negociar. El agua es imprescindible para Doñana, pero también es importante para el turismo y la agricultura. No podemos aspirar a que ninguna de las tres opciones gane por goleada, porque eso supondría condenar a dos de los tres jugadores.

P. ¿Qué papel haría el lince ibérico en un equipo de fútbol?

R. Sería mal futbolista. Es un animal muy especialista. Sabe cazar conejos y comérselos, poco más. Si faltan dejará de criar, porque es malo cazando y comiendo otras cosas. Fuera de eso, se adapta mal a casi todo. Por eso lo atropellan en las carreteras, cae en las trampas, etc. Quizá pudiera ser portero, que también es un especialista (aunque ahora jueguen cada vez más con los pies).

Marta García Fernández