CIENCIA

Cuando Frankenstein nos salvó de la extinción

Si accedes, ni tú ni ningún otro ser humano nos volverá a ver. Me iré a las enormes llanuras de Sudamérica. Mi alimento no es el mismo que el del hombre; yo no destruyo al cordero para saciar mi hambre; las bayas y las bellotas son suficiente alimento para mí. Mi compañera será idéntica a mí, y sabrá contentarse con mi misma suerte”. Así intentaba convencer el protagonista de Frankenstein o el moderno Prometeo, a su creador en el capítulo 17 del libro que Mary Shelley escribió en 1818.

Afortunadamente para nosotros, el científico Víctor Frankenstein consideró la capacidad reproductiva de la potencial pareja y no se dejó convencer. Eso nos salvó de la extinción. Al menos así lo afirma un reciente estudio publicado en BioScience, que señala que, detrás de la novela de Shelley, se esconde un principio fundamental de la biología: la exclusión competitiva. La idea que fundamenta este principio es que dos especies que compiten por los mismos recursos no podrán coexistir de forma estable si su entorno permanece inalterado. En pocas palabras: si hubieramos convivido con los Homo Frankenstein, hubieramos tenido el mismo final que los neandertales.

«El principio de exclusión competitiva – explica Nathaniel J. Dominy uno de los autores del estudio, en un comunicado –no se definió formalmente hasta la década de 1930. Teniendo en cuenta cómo maneja este principio Mary Shelley, utilizamos simulaciones por ordenador y programas desarrollados ecologistas para explorar si, y con qué rapidez, una población de criaturas como Frankenstein, podría conducir a los humanos a la extinción.»

El equipo de Dominy desarrolló un modelo matemático que utiliza como medida la densidad dela población humana en 1816. El resultado fue que, en el peor de los casos, una pareja formada por “ Prometeos”le asestaría un golpe mortal a la humanidad en muy poco tiempo: “Calculamos que una población fundacional de dos criaturas – concluye Dominy – nos podría conducir a la extinción en tan sólo unos 4.000 años. Aunque el estudio sea apenas un ejercicio mental, para los autores tendría importantes implicaciones en nuestra concepción de la biología de las especies invasoras y, yendo un paso más allá aún, nos hablaría de nuestra propia extinción.

Juan Scaliter

Juan Scaliter

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