Somalia, la República Democrática del Congo, el sur de Sudán y el norte de Kenia. Allí viven la mayor parte de las jirafas en libertad. Y la región la comparten con los conflictos bélicos locales que no solo amenazan su supervivencia, sino que también impiden las tareas de conservación por parte de los expertos.
Un reciente informe de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN por sus siglas en inglés), señala que en los últimos 30 años la población de estos gigantes de la sabana, ha disminuido un 40%, gran parte de ello debido a las guerras.
“Cuando los rebeldes ven una jirafa – explica Arthur Menza, coordinador de la Fundación para la Conservación de la Jirafa, en un comunicado – lo que ven es una fuente de alimento que con apenas un tiro, les puede dar comida durante semanas. Esto también limita lo que pueden hacer los especialistas en conservación, que no pueden documentar adecuadamente lo que está ocurriendo”.
Una de las subespecies de jirafas, la nubiana (Giraffa camelopardalis camelopardalis) ha visto como su número ha pasado de 20.000 a apenas 650. Pero la guerra no es el único factor que las afecta. Estos animales pueden ocupar un área de 11.000 kilómetros cuadrados y sus huesos, su médula y hasta su cerebro, son, según los furtivos, una cura para el VIH. Y, finalmente, también está nuestro conocimiento sobre estos mamíferos. “Las investigaciones a largo plazo sobre jirafas – concluye Muneza – comenzaron recién en 2003, en Namibia. En elefantes hay estudios que se están llevando a cabo desde hace 30 o 40 años”.
Afortunadamente no todo está perdido. Si en Senegal, Nigeria, Burkina Faso, Guinea, Mali, Mauritania y Níger las jirafas se habían extinguido, ahora su número ha llegado a los 450 ejemplares.
Juan Scaliter